
Más allá de su precio, de si es un exclusivo Rolex o un innovador y funcional Casio, los relojes han sido esenciales para la humanidad a lo largo de la historia. Gracias a ellos se ha podido organizar el tiempo de forma precisa, algo sin lo cual la agricultura, la navegación y nuestra vida cotidiana serían muy diferentes.
Las variadas formas de los relojes han evolucionado para adaptarse a las necesidades y posibilidades en cada etapa de diversas civilizaciones. Así han pasado de funcionar con la caída de granos de arena a través de un orificio, a los que gracias a un cristal de cuarzo oscilando en forma rítmica lograron niveles de precisión sin precedentes, hasta los modernos relojes inteligentes con funciones que hace tan solo unas décadas eran exclusivas de la ciencia ficción.
Entre las historias de relojes que vale la pena conocer, esta la del reloj de longitud de John Harrison, un dispositivo que transformó para siempre la navegación y la consolidación de imperios marítimos.
A finales del siglo XVII los navegantes tenían problemas para determinar su longitud geográfica con precisión mientras navegaban en alta mar. Determinar la longitud en tierra era relativamente sencillo, pero la tarea se complicaba cuando se hacia en un viaje en barco en donde, entre otras cosas, los relojes de péndulo se veían afectados por el movimiento de la embarcación.
Esto era especialmente problemático debido a que la longitud es esencial para tener una navegación segura y evitar accidentes costeros, que en la época causaban innumerables muertes en naufragios y barcos perdidos.
John Harrison era un relojero y constructor de barcos inglés que se propuso resolver este problema, y durante gran parte de su vida estuvo trabajando en el desarrollo de un reloj de alta precisión que sirviera para determinar de manera precisa la longitud en el mar. Antes de cumplir veinte años, Harrison ya había construido relojes de péndulo, y con treinta años era un afamado relojero en el Reino Unido.
En 1759 Harrison presenta la cuarta versión del reloj en el cual llevaba un cuarto de siglo trabajando, el H-4, mas conocido como “Sea Watch”. Se trataba de un reloj de bolsillo, con un mecanismo de cuerda y un novedoso sistema de compensación de los errores debidos a la presión y la temperatura.
Las pruebas a las que fue sometida la invención incluyeron un viaje a Jamaica, en el cual el H-4 se retraso escasamente cinco segundos en cerca de tres meses en alta mar, demostrando tener la precisión necesaria para resolver el problema de la medición de la longitud.
Solo hacia el final de su vida, cuando ya contaba con 80 años, Harrison pudo recibir el reconocimiento económico que se había prometido para la persona que pudiera resolver el problema de la longitud. Culminaba así una titánica tarea para el relojero autodidacta que había inventado el GPS del siglo XVIII, dándole un impulsó definitivo a las rutas transatlánticas al permitirle a los barcos mantener su rumbo exacto, y salvando las vidas miles de marineros.