El hombre que frenó a la luz

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Durante muchos años se pensó que la luz se desplazaba de manera instantánea, hasta que en 1676 llegó un danés a ponerle límites a esta rauda propiedad. Pero, antes de conocer el nombre y las peripecias de este personaje, vamos a devolvernos unos cuantos siglos a un momento en que se estaba tratando de esclarecer la naturaleza de la luz.

El ingeniero y matemático Herón de Alejandría, en el siglo I d. C., fue uno los más grandes experimentadores de la Antigüedad, además de los primeros defensores de la idea de que la velocidad de la luz era infinita. Para ese entonces muchos argumentaban que la visión era posible gracias a que nuestros ojos emiten luz que impacta los objetos, algo que hoy ya nadie se atrevería a sustentar. Herón pensaba que la luz viajaba instantáneamente porque al elevar su mirada al firmamento y abrir los ojos, las estrellas aparecían inmediatamente.

Pese a que otros, como Aristóteles, argumentaban por el contrario que la luz tenía que tener una velocidad inmensa, pero finita, lograr obtener un valor para tal velocidad estaba aún a varios siglos de poder materializarse.

Uno de los primeros intentos para medir la velocidad de la luz se atribuye al gran Galileo. Junto con un ayudante, ambos sostenían lámparas que tapaban y destapaban a voluntad. Separados por una distancia considerable, esperaban poder ver algún retraso entre el momento en que cada uno veía la luz que destapaba el otro. Hoy sabemos que para haber podido percibir algo tendrían que haber estado separados unos 15.000 kilómetros. Si no es instantánea, al menos es rapidísima fue lo que Galileo pudo expresar sobre la luz después de su experimento.

Llegaría el momento en que la observación astronómica daría la clave para establecer el ansiado valor de velocidad. El astrónomo danés Ole Roemer, el que por fin pudo ponerle límites a la velocidad de la luz, era un cuidadoso observador del cielo. Mientras observaba con su telescopio el eclipse de Ío, una de las lunas de Júpiter, Roemer pudo confirmar que se retrasaba a medida que la Tierra se alejaba del planeta gigante y se adelantaba al acercarse. Realizó observaciones del evento separadas seis meses, para concluir que el cambio en las velocidades se debía a la mayor distancia que la luz debía recorrer cuando nuestro planeta estaba más alejado de Júpiter y que la luz tardaba 22 minutos en atravesar el diámetro de la órbita de la Tierra. Estima una velocidad de la luz de unos 220.000 kilómetros por segundo, un valor 26 por ciento menor que el valor real de la velocidad de la luz.

El cálculo de Roemer no fue del agrado de todos y no convenció a algunos famosos astrónomos, entre los que se destacan Giovanni Cassini, director del Observatorio de París en aquel momento. Otros como Newton lo apoyaron, pero pasarían dos décadas después de la muerte de Roemer, ocurrida el 19 de septiembre de 1710, para que se descartara completamente que la velocidad de la luz era infinita y, por el contrario, se confirmara que es cercana a los 300.000 kilómetros por segundo.

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