
“Antes de la llegada de la nave tripulada, había que investigar si la luna era hueca o no.” Así se refería el padre jesuita René van Hissenhoven Goenaga a la importancia que tenía conocer la estructura de la luna y saber si los primeros seres humanos que pisaran su superficie podrían moverse de manera segura sobre ella.
Los estudios geofísicos, que desde la década de 1950 habían tenido gran interés por profundizar en la estructura de nuestro propio planeta, serían determinantes para poder materializar el primer viaje tripulado al satélite natural aquel 20 de julio de 1969.
La creación del sismógrafo lunar permitió avances para analizar los lunamotos, que a su vez darían información clave sobre el interior de la luna. La primera misión que llevaba a bordo un sismógrafo para ser lanzado a la superficie lunar se remonta a 1962, y era la quinta sonda el programa Ranger, cuyo objetivo principal era cartografiar la luna para obtener información acerca de las características de su superficie, en preparación para el desarrollo de los programas Surveyor y Apolo. Debido a problemas de comunicación, la Ranger 5 perdió su rumbo y jamás cumplió su cometido.
Por esos días, en el observatorio sismológico de Weston, perteneciente al Boston College en Estados Unidos, se encontraba uno de los sismógrafos diseñados para ser puesto en la superficie lunar. En ese lugar fue donde el joven de 25 años y estudiante de geofísica René van Hissenhoven, lo conoció por primera vez. Nacido en 1936 en Bogotá, donde había estudiado teología en la Universidad Javeriana, fue enviado por sus superiores a Boston a estudiar geofísica y sismología. No era una decisión aislada; desde 1961 el Instituto Geofísico de los Andes Colombianos se radicaba en la Javeriana. Durante sus estudios de maestría, el padre René tenía que recopilar datos para luego analizarlos e ir caracterizando los sismógrafos. Posiblemente, algunos de los instrumentos nunca llegaron a su destino, pero, como lo resaltaba él mismo, “sirvieron para impulsar el conocimiento de técnicas dirigidas al estudio de los cuerpos celestes y al diseño más meticuloso de instrumentos de misiones futuras.”
Su sólida formación lo llevó a ser una figura relevante en las investigaciones sismológicas en Colombia, y también en geomagnetismo y estudios ionosféricos. Luego de culminar su doctorado en la Universidad de Wisconsin – Madison, regreso a Colombia y asumió la dirección del Instituto Geofísico de 1989 a 1993. Al mismo tiempo, ayudaba a fundar el Jardín de la Niña María, un hogar para menores en situación de vulnerabilidad, que comenzó con 18 niñas y hoy cuenta con 90, con edades entre 2 y 22 años. Allí falleció el padre René, el pasado 1 de diciembre, en el que también era su hogar desde hacia varios años, y donde su mayor motivación era conseguir apoyo para poder dar protección, alimento y una vida digna a las niñas, que sentía como parte de su familia.
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