
Dentro del reino animal, las abejas son animales sorprendentes; no solamente por ser el polinizador más importante del mundo, sino porque gracias a ellas podemos disfrutar de la deliciosa miel que producen a partir del néctar de las flores; para producir un kilogramo de miel una abeja necesita visitar alrededor de cuatro millones de flores. El panal es una malla construida gracias al esfuerzo colectivo de cientos de abejas obreras que esta formado por celdas hexagonales; esto les permite aprovechar al máximo el espacio disponible dentro de la colmena y depositar el polen y la miel que requieren para su sustento. De hecho, se ha demostrado matemáticamente que este tipo de estructura es la más eficiente para almacenar la miel porque requiere menor cantidad de cera.
Pappus de Alejandría, uno de los grandes matemáticos griegos de la antigüedad, ya se había referido hace casi 17 siglos a la sofisticada habilidad arquitectónica, y hasta matemática, de la abejas. «Las abejas, en virtud de una cierta intuición geométrica, saben que el hexágono es mayor que el cuadrado y que el triángulo, y que podrá contener más miel con el mismo gasto; de material” enunciaba Pappus, en lo que se denominó la conjetura del panal; aunque en realidad el primer registro de la conjetura parece remontarse al año 36 a.C. y a la figura de Marco Terencio Varrón, quien fuera director de las primeras bibliotecas públicas de Roma.
Una conjetura se forma a partir de indicios u observaciones, pero la demostración, que la convierte en teorema matemático, a veces requiere de una larga espera, como sucedió con la del panal. El naturalista Charles Darwin describió como “el más asombroso de todos los instintos conocidos” la habilidad de las abejas para construir panales perfectos, pero no fue hasta 1999 cuando el matemático Thomas Callister Hales lograra demostrar la conjetura del panal mientras trabajaba en geometría discreta, una rama de la geometría que estudia las propiedades combinatorias de objetos geométricos discretos.
Por muy capaces que sean, lo que las abejas nunca conseguirán es colocar una de su organizadas estructuras geométricas en el espacio, algo que los seres humanos ahora tendremos el privilegio de lograr con el nuevo telescopio espacial James Webb (JWST). Y es que el espejo principal, uno de los componentes principales del JWST, nos recuerda a un gigantesco panal de abejas. No solamente por su color dorado, debido a un fino recubrimiento en oro, sino por estar formado de 18 espejos hexagonales cuya combinación logra un tamaño equivalente de 6.5 metros de diámetro.
Desde la década de 1990, los telescopios cambiaron su “look” al incorporar espejos segmentados. Esto significó una gran revolución, y permitió incrementar considerablemente su tamaño, abriendo camino a la generación de telescopios de 10 metros de diámetro. Los nuevos diseños redujeron además el peso del espejo en casi un 80 por ciento.
Para el JWST, el primer telescopio segmentado en el espacio, el panal de espejos era además la única opción para poder doblarlo, empacarlo en el cohete, y posteriormente desplegarlo en el espacio para que, a 1.5 millones de kilómetros de la Tierra, este listo para permitirnos espiar al universo como nunca antes lo hemos hecho.
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