Así empezamos a “escuchar” el universo

La noticia de un hallazgo sin precedentes se destacaba en la portada del diario New York Times en su edición del 5 de mayo de 1933. El anuncio hacía referencia a la detección de una señal proveniente del centro de nuestra galaxia pero, a diferencia de descubrimientos anteriores relacionados con la exploración del cosmos, no incluía ninguna imagen sorprendente que acompañara el texto. Tal vez por eso, para muchos aquella paso como una noticia inadvertida, pero lo que allí se daba a conocer era el comienzo de toda una rama de investigación del universo, la radioastronomía.

El artífice de la investigación era Karl Guthe Jansky, un joven físico que trabajaba en Laboratorios Bell. La exitosa compañía de telecomunicaciones había realizado apenas un lustro atrás, la primera transmisión de televisión a larga distancia, desde Washington a Nueva York, usando el rango de las ondas de radio del llamado espectro electromagnético.

Jansky tenía la misión de estudiar la forma de mejorar las transmisiones de radiotelefonía transatlánticas – que se hacían enviando señales que rebotan en la ionosfera – analizando las posibles fuentes de ruido que estropeaban la señal. Para ello contaba con una gigantesca antena de 30 metros de longitud y casi 6 de altura soportada por las ruedas de un carro, el exitoso modelo Ford-T, que le permitían girar para apuntar a diferentes direcciones en el cielo.

La paciente tarea de Jansky con su antena duro varios meses, al cabo de los cuales pudo identificar posibles fuentes de ruido; principalmente las tormentas eléctricas y una misteriosa señal extraterrestre que causaba interferencias periódicamente cada 23 horas y 56 minutos. En un comienzo lo atribuyó al Sol, pero logró posteriormente identificar que procedía de una región mucho más distante, en la dirección dónde se encuentra el centro de nuestra galaxia.

Debido a tu temprana muerte con tan solo 44 años, Jansky no pudo disfrutar del éxito que tuvo su descubrimiento, la emisión en radio de la Vía Láctea. A partir de la segunda mitad del siglo XX, la radioastronomía ha permitido descubrir un sinnúmero de nuevos y fascinantes objetos, como los pulsares, cuásares, fenómenos como la radiación cósmica de fondo, y hasta para inferir la presencia de materia oscura en el universo.

Los radiotelescopios tienen la ventaja de poder captar señales incluso con cielos nublados y por ello representan un campo de investigación que no se detiene y al que siguen sumando nuevos instrumentos, como las 66 antenas del observatorio ALMA en Chile, o el gigantesco “ojo” de China con 500 metros de diámetro. La comunidad científica espera que Colombia se sume a estos esfuerzos y pueda aprovechar el potencial que tiene para hacer importantes aportes.

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