Una brevísima historia sobre Hawking

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En el 2001 me aseguré de conseguir un ejemplar de lujo del libro «El universo en una cáscara de nuez». Esta lectura me acompañó hasta Cambridge (Inglaterra), donde participaba en un congreso de astrofísica, y allí fue la primera vez que lo vi.

Para ese entonces, Stephen Hawking ya era un personaje casi místico, y pude por primera vez verlo pasar delante de mí dando un paseo en su silla de ruedas por los pasillos del Trinity College, en la Universidad de Cambridge, el lugar donde popularizó el trabajo de los astrofísicos y se convirtió en el personaje de ciencia más famoso después de Einstein.

Verlo tan cerca fue una evocación de mi niñez, cuando mi hermano mayor me motivó a leer «Breve historia del tiempo». Corría el año 1988 y, sin las ventajas de internet, encontrar referencias de la cosmología y de ideas en torno al universo era toda una odisea, por lo que sentarse a devorar la literatura científica representaba un deleite especial.

De alguna manera, aquella soleada tarde de verano en Cambridge se reforzó mi fascinación por este excepcional ser humano y por su tarea de desvelar algunos de los misterios del universo.

Durante los años siguientes, Hawking nunca dejó de ser un referente para los que vemos en la divulgación científica un componente esencial y una necesidad en nuestra sociedad.

En la época de los medios masivos de difusión, Hawking supo, como ningún otro, llegar a todos los públicos usando todas las herramientas disponibles. Todo un ícono que se acercaba más a una estrella de rock.

Irónicamente, Hawking, inmóvil en una silla, lograba dejar atrás la forma acartonada como los científicos suelen transmitir sus ideas al ciudadano de a pie, una muestra más de su genialidad.

La última vez que lo vi fue en el 2016, cuando no dudé en asistir al evento organizado en las Islas Canarias para hacerle un homenaje. Durante el festival Starmus suceden cosas que no son normales, como hacer una fila interminable para escuchar hablar de ciencia. Su expresividad nula no impidió que Hawking conmoviera contando la breve historia de su vida, que no es ni mucho menos breve y muestra el triunfo de la mente.

Recuerdo el mensaje aparentemente cliché que en Hawking toma un significado real, el de vivir cada día como si fuera el último, algo que él conoce muy bien luego de su lucha de más de 50 años por sobrevivir.

Lejos de echarse a la pena, Hawking, con su fortaleza y su sensacional sentido del humor, maravilló a los cientos de asistentes que estuvieron en su presentación que llevaba por título «breve historia de mi vida» y lo ovacionaron de pie durante varios minutos.
Esa noche en Canarias, cantó rap, al ritmo de MC Hawking, un grupo de música que utiliza la voz robótica del científico en sus canciones; se burló de sí mismo y dejó a los asistentes una pequeña muestra de su grandeza como ser humano.

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