Cuando desde pequeño alguien decide que quiere dedicar su vida a la ciencia, en muchos casos esto se convierte en algo difícil de asimilar por sus progenitores. Si es una mujer la que opta por ser científica, el trauma puede ser aún mayor, y debe normalmente superar más obstáculos. Esto se ve reflejado en que actualmente solo un 30% del total de personas que dedican su vida a la investigación científica sean mujeres.
Para María Mitchel no fue así. Ella había nacido en 1818 en una familia que defendía incesantemente la misma educación de buena calidad para niños y niñas, y la igualdad de oportunidades. Gracias a su padre, aficionado a la astronomía, pudo además desarrollar sin complicaciones su pasión por la ciencia, a través de la observación del cielo que fue perfeccionando poco a poco con un modesto telescopio.
Por aquel entonces el rey Felipe VI de Dinamarca ofreció una medalla de oro a la persona que descubriera un cometa usando un telescopio y María se puso a la tarea de obtener ese galardón.
Su objetivo parecía verse truncado cuando el 3 octubre de 1847 el astrónomo italiano Francesco De Vico observa un nuevo cometa en el cielo y se comienza a preparar la concesión del premio, pero entonces algo inesperado sucede. Al otro lado del atlántico, María había observado el cometa dos días antes que De Vico, aunque debido a una tormenta su notificación no había salido a tiempo para que llegara a ser reportada antes que la de De Vico. Finalmente se le reconoció a María como la descubridora del cometa “Señorita Mitchell” o C/1847 T1 como actualmente se designa.
Otros reconocimientos no se hicieron esperar, y en 1848 es elegida como la primera mujer miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias.
A lo largo de su carrera académica y de investigación, que desarrolló en el Vassar College en Nueva York (donde fue profesora y directora), lideró la lucha por el acceso de la mujer a estudios superiores y defendió sus derechos en el mundo académico, logrando que el salario de las mujeres fuera igual al de los hombres en esta institución. Participó en la fundación de la Asociación Estadounidense para el Avance de las Mujeres, y en las iniciativas para su derecho al voto y participación en política.
Su firme convicción de que la ciencia y la educación son ejes fundamentales para el bienestar de las comunidades sigue siendo tan pertinente ahora como en su época, al igual que una de sus frases más recordadas: ! Cuánto necesita la ciencia a las mujeres !