Una fecha poco usual en el calendario, y que generalmente, aunque no siempre, se repite cada cuatro años.
Febrero, el mes más corto del año, gana un día debido a un ajuste necesario para poder compensar las cerca de 6 horas que se pierden anualmente en la medida del tiempo cronológico y el astronómico, dado por el movimiento orbital terrestre.
La Tierra tarda 365.242 días en dar una vuelta completa alrededor del Sol, lo que se conoce como año trópico, así que sumando un día cada cuatro años queda prácticamente ajustado el valor para que cuadren las cuentas y estemos sincronizados con la órbita del planeta, pudiendo mantener la referencia de las estaciones en las fechas establecidas año tras año. Sin la debida corrección, las fechas de los solsticios de verano e invierno podrían intercambiarse en cuestión de pocos siglos, debido al desfase de horas año tras año.
La historia de los calendarios ha tenido mucho ires y venires. El emperador Julio César en el año 46 a.C encarga al astrónomo Sosígenes de Alejandría para calcular la duración de una revolución solar. Así se introduce una reforma en el calendario romano que añade un día entre el 24 y el 25 de febrero cada cuatro años. El 24 de febrero era entonces el sexto día antes del primer día de marzo, de donde proviene el nombre bisiesto (bi sextum).
Dieciséis siglos después, el papa Gregorio XIII con la ayuda de sus astrónomos de cabecera, introduce una nueva reforma en el calendario para tener en cuenta un pequeño error en los cálculos de Sosígenes. En realidad el año trópico tiene 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45.25 segundos (11.25 minutos más corto que los antiguos cálculos del astrónomo alejandrino).
Pasamos entonces del calendario juliano al gregoriano, lo cual significó un salto directo del jueves 4 de octubre de 1582 al viernes 15 de octubre de 1582, para corregir los 10 días sobrantes que se habían acumulado durante los 1600 años desde la reforma juliana (Santa Teresa de Jesús murió aquel 4 de octubre, y fue enterrada al día siguiente, un 15 de octubre).
Igualmente la reforma gregoriana estableció las reglas para los años bisiestos que se resumen en la siguiente especie de trabalenguas matemático: si un año es divisible por 4, entonces será bisiesto; pero no lo será si es divisible por 100, excepto que sea divisible por 400. Aunque frecuentemente se piense que cada cuatro años es bisiesto, lo anterior implica que no siempre es el caso; así, el año 2096 será bisiesto, pero el 2100 no (es divisible por 4, es divisible por 100, pero no es divisible por 400). En contraste el año 2000 fue bisiesto (es divisible por 4, 100, 400).
Sin embargo, las cosas aún no son perfectas, y el actual calendario sigue teniendo un pequeño desfase. Se estima que alrededor del año 3330 se habrá acumulado un día de retraso, por lo cual probablemente en ese año nuestros futuros descendientes puedan vivir un 30 de febrero.
Hay varias anécdotas con el calendario que han ocurrido en algunos momentos de la historia de la humanidad en este particular mes. Durante el año 1712, los habitantes de Suecia tuvieron un febrero con 30 días, tratando de ajustar las fechas para poder finalmente adoptar el calendario gregoriano, que se mantiene actualmente, en 1753. Rusia igualmente pasó por un 30 de febrero en 1930 y 1931.