La ciencia nos toca a todos

comunicación-científicaLa sociedad en que vivimos reclama a la ciencia resultados visibles con beneficios inmediatos.

Aún no salimos del asombro con el descubrimiento directo de pequeñísimas perturbaciones en el espacio y el tiempo, un triunfo de la mente humana; la de Einstein quien predijo su existencia dentro su Teoría General de la Relatividad, y la de miles de seres humanos inspirados por el conocimiento de nuestro entorno cósmico, y sus múltiples manifestaciones.

Un siglo de intensa búsqueda, culmina con la detección directa de las ondas gravitacionales y nos abre una insospechada puerta para tratar de entender el funcionamiento físico de nuestro universo, desde una nueva perspectiva. Sin embargo, una vez mas se alzan las voces que sentencian el elevado costo de estas aparentes “extravagancias” de la ciencia, y su poca aplicación en el día a día de las personas, pese a que gracias a la Teoría General de la Relatividad podemos hoy tener los sistemas de posicionamiento global (GPS), entre otros avances tecnológicos de uso diario.

Los 600 millones de dólares que ha costado en total LIGO, el proyecto que detectó ondas gravitacionales y en el que por 20 años han trabajado 1000 científicos y se han desarrollado sorprendentes avances tecnológicos en el campo de los materiales, detectores, sistemas de aislamiento vibracional, procesamiento de señales, última generación en desarrollos láser, entre muchos otros que ni siquiera alcanzamos a imaginar, son equiparables al ingreso en taquilla de “El despertar de la fuerza” en su primer fin de semana de estreno.

En la mayoría de los casos, la apremiante sociedad en que vivimos reclama a la ciencia resultados visibles, aplicados y beneficios inmediatos del conocimiento científico, olvidando que la paciencia, la curiosidad y la minuciosidad han sido a lo largo de la historia cualidades propias del quehacer científico suficientemente valiosas en si mismas. La detallada observación, la muchas veces obstinada pero diligente tarea de resolver desafiantes interrogantes, los eternos cuestionamientos sobre lo que sucede a nuestro alrededor, son atributos con los que nacemos y crecemos de niños y que poco a poco se van perdiendo en los afanes del mundo moderno.

Pero para los que aún crean que este tipo de investigaciones solo representan un gasto multimillonario para satisfacer los caprichos de unos cuantos científicos y sin ninguna aplicación directa, bien vale recordar que en 1831 el físico Michal Faraday hacia público su descubrimiento de que al mover un imán cerca de un alambre se generaba una corriente eléctrica en el alambre. Faraday fue cuestionado por la sociedad de la época sobre sus “absurdas” investigaciones. Casi dos siglos después, la electricidad mueve al mundo. Y es que la ciencia, queramos o no,  nos toca a todos.

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