
Si nos mencionan a Adeline Virginia Stephen, probablemente nos cueste identificar de quien se trata, pero si se refieren a ella como Virginia Woolf, entonces reconoceremos a la escritora británica considerada como una de las figuras más relevantes de la renovación creativa en del siglo XX — denominada modernismo — que se caracterizó por la intención de buscar nuevas formas de expresión inspiradas en la naturaleza.
Nacida hace 140 años en Londres, durante su infancia, la pequeña Virginia estuvo inmersa en un entorno donde, además de una marcada influencia literaria, también se respiraba ciencia, a través de libros de biología, geología y astronomía que eran parte de la vasta colección de su padre; un obsesionado por la historia natural, que despertaba gran interés en plena época Victoriana. La publicación en 1859 de “El origen de las especies”, la gran obra maestra de Charles Darwin, era tan solo un ejemplo de las transformaciones en el pensamiento científico que estaban teniendo lugar en la Inglaterra de la segunda mitad del siglo XIX. “Debo toda la educación que he tenido, a la biblioteca de mi padre” comentó en alguna oportunidad la escritora.
Con todo ese acervo intelectual, no era sorprendente que Virginia tuviera durante toda su vida un sonado interés por las grandes preguntas de la ciencia, las cuales no escaparon a su curiosa mente. Su prolífica producción literaria, que incluyó 9 novelas, 4000 cartas, 400 ensayos y 30 volúmenes de su diario personal, refleja sus inquietudes en torno a los más complejos aspectos científicos, en temas como la física, la filosofía de la ciencia, y la astronomía.
Justamente, su atracción por la exploración del cielo fue una constante en su obra. En seis de sus nueve novelas, y en otros multiples escritos, hace referencia al telescopio, un instrumentos que despertaba toda su curiosidad, hasta el punto de comprar uno para poder deleitarse con la observación del firmamento desde su propia casa. En 1927 viaja dentro de Inglaterra para apreciar en todo su esplendor un eclipse total de Sol, cuya observación describe con lujo de detalles en su diario.
Hay gran cantidad de evidencia sobre los conocimientos de Virginia Wolf en torno a las características de los planetas y las estrellas, al igual que sobre la revolución que estaba teniendo lugar en la ciencia, desde las ideas física de Albert Einstein hasta las observaciones de Edwin Hubble que cambiaron nuestra visión de un universo estático, a uno en expansión.
Al tiempo que escribía su renombrada novela “Las olas”, entre 1930 y 1931, se encontraba leyendo el libro el libro “Misterios del Universo”, del físico y astrónomo James Jean, con el cual aprendió aspectos de astronomía general que incorporó en su novela. Se cree que todas estas ideas le hicieron cuestionarse sobre la brevedad de la existencia humana en relación con los miles de millones de años de tiempo cosmológico, y de como abordar desde la literatura los medios más apropiados para describir la efímera existencia humana.