
Los volcanes que se encuentran en erupción en estos momentos en varios lugares de la Tierra, nos recuerdan la intensa actividad interna de nuestro planeta y su poder para cambiar las condiciones del mismo.
Una de las erupciones más feroces del volcán Krakatoa, en Indonesia, ocurrida en 1883, liberó una cantidad de energía equivalente a mas de 20 mil veces la bomba atómica de Hiroshima, generando un estruendo que fue escuchado a miles de kilómetros de distancia; considerado como el sonido más alto registrado en la historia.
Los gases y cenizas del Krakatoa alcanzaron los 80 kilómetros de altura, cubriendo gran parte de la atmósfera, y generando cielos enrojecidos que llamaron la atención en muchas ciudades. La famosa pintura “El grito” del artista noruego Edvard Munch, parece ser una de las evidencias de la terrorífica escena con un “cielo en llamas” causado por el fenómeno natural.
No sabemos cuál fue el primer volcán en erupción que un ser humano pudo contemplar, pero con toda seguridad la escena fue sobrecogedora, como lo sigue siendo ahora. Desde las Islas Canarias hasta Hawái, muchas culturas intentaron dar una explicación al poder descomunal de las erupciones volcánicas, que arrasaban todo a su paso. Desde las antiguas explicaciones mitológicas, en el último siglo hemos aprendido a entender los procesos físicos que dan lugar a la expulsión de material del interior de la Tierra, y su importancia en la dinámica del planeta.
Gran asombro causó también el descubrimiento del primer volcán en erupción fuera de la Tierra. Ocurría en 1979 gracias a la misión Voyager 1, a su paso por Io, una de las grandes lunas de Júpiter. Para ese momento, ya se sabia que los volcanes no eran exclusivos de nuestro planeta. A comienzos de esa década se había establecido por ejemplo, que la enorme montaña en Marte, denominada el monte Olimpo – equivalente a tres veces la altura de nuestro monte Everest – era en realidad un volcán, el más grande del sistema solar.
Si Marte alberga el volcán mas prominente descubierto, la luna joviana Io tiene el mayor número de volcanes, hasta 400 activos, que lo convierten en el cuerpo celeste con mayor actividad volcánica del vecindario. Las erupciones volcánicas en Io tienen penachos que alcanzan los casi 500 kilómetros de altura, expulsando al espacio material piroclástico, azufre y dióxido de azufre, que al caer forma una especie de gigantesca sombrilla
Estudiar estos volcanes espaciales no solamente nos da información sobre lo que sucede en esta luna a mas de 600 millones de kilómetros de nosotros, sino que también nos permite entender mejor los procesos que pudieron suceder en nuestro propio planeta desde hace centenares de millones de años y que poco a poco fueron moldeando su estructura.
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