Huellas para descifar el universo

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En una calurosa tarde de verano, la débil voz de un niño se escucha pidiendo ayuda bajo una montón de escombros. Han pasado cuatro horas desde que una fábrica de cristales en Munich (Alemania) se derrumbara y el pequeño -de nombre Joseph von Fraunhofer- logra salir ileso. Había llegado allí después de quedar huérfano tres años atrás y dedicarse a aprender el oficio de pulir y tallar vidrio junto al mezquino dueño del taller que se sumía en ruinas.

Pero ese día cambiaría la vida de este niño. El futuro rey Maximiliano I , quien se pone al frente de las labores de rescate, se convierte en su mentor, costeándole estudios, dándole acceso a libros y llevándolo a trabajar a una destacada empresa de elementos ópticos.

Desde entonces el muchacho comienza una carrera vertiginosa que lo lleva rápidamente a convertirse en el mejor constructor de lentes e instrumentos ópticos del planeta a comienzos del siglo XIX y a sentar las bases que nos permitieron comenzar a descifrar el universo.

Su dedicación, ingenio y pasión fueron tan valiosos, que Alemania desplazó a Inglaterra en el campo de la industria óptica, siendo hasta el día de hoy una de las más prestigiosas a nivel mundial. Millones de lentes de cámaras fotográficas e instrumentos de laboratorio tienen el sello de calidad de la óptica alemana.

Con escasos 22 años, Fraunhofer experimenta con nuevos materiales y desarrolla un método para fabricar los mejores vidrios que harían parte de telescopios que comienzan a descubrir objetos nunca antes vistos. Sin embargo lo que realmente revolucionaria el conocimiento del universo fue cuando, jugando con prismas y rendijas por las cuales hacia pasar luz solar, descubrió que el “arco iris” tenia unas líneas oscuras. Alcanzó a contar 574 de ellas con su instrumento,  que se conoce como el espectroscopio.

Al apuntar su telescopio -al cual le había diseñado una montura especial para poder moverlo convenientemente-,  a otras estrellas y hacer pasar su luz a través del espectroscopio, encontró que las líneas que se veían eran diferentes a las del Sol. Este hecho que podría pasar inadvertido para muchos, representaba el descubrimiento de que las estrellas son diferentes entre sí.

Medio siglo más tarde se comenzó a entender como estas “huellas” en el espectro revelaban el composición de la atmósfera solar.

La tragedia, que pareció no alejarse de su vida, lo llevo a una temprana muerte el  7 de junio de 1826 a los 39 años de edad. Su corta vida marco un hito para lo que luego sería la exploración astrofísica del universo, para descubrir la composición de estrellas, atmósferas planetarias e incluso para el descubrimiento a través de los espectros de la expansión del universo.

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