
Un nuevo descubrimiento sorprende al mundo de la ciencia esta semana, y tiene que ver con unos objetos que durante casi un siglo, han despertado un sinnúmero de interrogantes, desde que fueran predichos teóricamente en 1934 – dos años después del descubrimiento del neutrón – y que se denominan estrellas de neutrones.
La vida de las estrellas es tan apasionante que llevamos siglos fisgoneando el universo para tratar de entender las diversas fases de su larga existencia. Esta tarea podría parecer imposible dada nuestra corta vida comparada con la de las estrellas. Si quisiéramos estudiar la vida de una mosca, podemos hacerlo en un laboratorio y tan solo tendríamos que esperar cerca de un mes para evidenciar y registrar sigilosamente las etapas de su nacimiento, desarrollo y muerte.
Las estrellas por el contrario tienen vidas de decenas de miles a miles de millones de años, dependiendo de su tamaño, pero afortunadamente hay muchísimas estrellas allí afuera, en diferentes etapas evolutivas, algunas en los primeros instantes de su formación a partir de nubes de gas, otras adultas como nuestro Sol, y muchas que ya están al final de su vida o incluso que han muerto y son ahora cadáveres estelares.
Las estrellas de neutrones o neutrones estrellados, se forman justamente en la fase terminal de la vida de estrellas gigantes, – cuando todo el combustible nuclear se ha agotado – y se originan después de una intensa explosión (supernova) y el colapso final del núcleo de estrellas de masas intermedias (alrededor de una decena de veces la masa de nuestro Sol). La materia dentro de ellas está sometida a condiciones especiales dada la altísima densidad y temperaturas de miles de millones de grados, sumado a los intensos campos magnéticos que las dominan.
Son objetos del tamaño de ciudades, pero con una masa de medio millón de veces la de todo el planeta Tierra, comparable a tener un avión Boeing 747 y comprimirlo hasta convertirlo en un diminuto grano de arena. La descomunal presión en el interior de las estrellas de neutrones – que podría ser tan alta como la que había en el momento del Big Bang que dio origen al universo – hace que protones y electrones se combinen en neutrones. Estas condiciones no se pueden simular en un laboratorio terrestre.
Su descubrimiento se dio en 1967 cuando Jocelyn Bell, una estudiante de doctorado, registró rápidas señales de microondas que se repetían regularmente. Se pensó inicialmente que eran señales de vida extraterrestre, pero nuevos casos aparecieron y se concluyó que estos “púlsares” correspondían a estrellas de neutrones girando rápidamente, y emitiendo chorros de radiación como si fueran grandes faros cósmicos.
Actualmente se conocen unas dos mil estrellas de neutrones, de las cuales unas trescientas se encuentran en sistemas binarios, es decir acompañadas de otro objeto que podría ser por ejemplo otra estrella de neutrones o una estrella normal. El descubrimiento de esta semana representa la primera vez que se descubre el efecto de dos estrellas de neutrones que colisionan, deforman el tejido espacio-temporal produciendo ondas gravitacionales, y generan un brillante destello en todo el espectro de radiación.
Un nuevo panorama de investigación del universo se abre ante nuestra mirada.