La majestuosidad del cielo nocturno ha despertado la curiosidad de los seres humanos desde tiempos remotos; no solo nos asombramos con la contemplación del cosmos, sino que a través de su estudio hemos aprendido a conocernos, a descubrir, por ejemplo, dónde está nuestro hogar en la galaxia, a saber que estamos hechos de elementos que se formaron en las estrellas.
Sin embargo, solo algunos privilegiados pueden hoy alzar su mirada durante la noche y contemplar las maravillas que el cielo nos ofrece. Estamos perdiendo el derecho a ver las estrellas por culpa de la contaminación lumínica. Nuestros pueblos y ciudades se llenan de luz durante la noche, y gran parte de esa luz, que debería usarse para iluminar el suelo, está apuntándose hacia el cielo y llenando de un brillante velo perturbador nuestras noches.
Los grandes avances tecnológicos de la civilización contemporánea, que permiten el desarrollo de sofisticados telescopios e instrumentos, son también responsables del crecimiento de ciudades con una iluminación artificial incorrecta, de radiaciones electromagnéticas y hasta de basura espacial. Ese mismo año, la Unesco destacó el cielo nocturno como Patrimonio de la Humanidad, a través del cual podemos entender nuestro origen y destino.
Solo en el 2010 se ratificó definitivamente este título y se aprobó la Declaración Mundial en Defensa del Cielo Nocturno y el Derecho a Observar las Estrellas, que establece: “El derecho a un cielo nocturno no contaminado debe considerarse como un derecho inalienable de la humanidad, equiparable al resto de los derechos ambientales, sociales y culturales”.
Colombia está a la zaga en materia de normas para la correcta iluminación de las ciudades y para defender y proteger el cielo nocturno. Las luminarias (muchas de ellas, con luz tipo led blanca, que no necesariamente es la más adecuada) no se ubican correctamente; muestra de ello es que hace solo unas semanas se entregó una obra de alumbrado público en el centro de Bogotá, en donde gran parte de la luz se desaprovecha, lo que ayuda a contaminar el cielo bogotano con luz inútil.
Las luces deben ir al suelo, no al cielo.