Hace ya casi tres décadas tenemos un ‘espía’ en el espacio, que no ha parado de develarnos los asombrosos secretos que encierra el cosmos. Pero mucho antes de ver su primera luz, el telescopio espacial fue concebido en la mente de brillantes científicos, que lucharon para convencer al mundo sobre la importancia de hacerlo realidad.
A comienzos del siglo XVII, cuando Galileo Galilei hizo las primeras observaciones astronómicas con un telescopio, nadie imaginaba tener instrumentos a cientos de kilómetros de la superficie terrestre.
Los descubrimientos de Galileo marcaron un antes y un después en la concepción del universo, pues mostraron que el Sol no era perfecto y que tenía cicatrices en su superficie –las manchas solares–, que existían cuerpos orbitando otros planetas –las famosas cuatro lunas galileanas de Júpiter– e incluso que la superficie lunar es irregular.
![]() Saturno y la sombra de sus lunas. Nasa / ESA |
La idea de enviar un telescopio al espacio, para muchos descabellada, surgió en el siglo XX. No era fácil imaginar los desafíos tecnológicos que implicaba, sumados a los altos costos –se estiman en 2.000 millones de dólares–. Para la época ya existían colosales telescopios en tierra. El astrónomo estadounidense George Ellery Hale había emprendido la tarea de construir el telescopio en tierra más grande del mundo.
En cuatro oportunidades, concibió el mayor telescopio de su época, entre ellos, uno con un espejo principal de 5,1 metros, en el monte Palomar, en California (Estados Unidos), que vio su primera luz 10 años después de la muerte de Hale, en 1948, y que fue bautizado con el nombre del astrónomo a manera de homenaje.
En 1923, Hermann Oberth, físico alemán, publicó su libro El cohete en el espacio interplanetario, en el que mencionaba cómo poner en órbita un telescopio mediante un cohete a propulsión. Fue tal vez la primera referencia a enviar un telescopio al espacio, y se dio casi medio siglo antes del lanzamiento del Hubble, en 1990.
¿Pero qué sentido tenía enviar un instrumento en una compleja misión espacial y gastar el mismo dinero con el que podían construirse 20 artefactos ópticos como el del monte Palomar?
El principal enemigo de los astrónomos observacionales es la atmósfera terrestre, un medio turbulento que hace que las imágenes pierdan calidad y se distorsionen. El mismo efecto que se experimenta cuando se lanza una moneda al fondo de una piscina y que impide definir la forma de ese objeto bajo el agua.
En astronomía, el fluido es el aire y los cuerpos que queremos observar serían la moneda que no somos capaces de ver en detalle. Las estrellas, las vemos titilar en el firmamento precisamente por el efecto de nuestra atmósfera.
En 1946, el astrónomo estadounidense Lyman Spitzer publicó Ventajas astronómicas de un observatorio extraterrestre, que resumía la importancia para la astronomía de quitarse de encima el terrible efecto de la atmósfera.
La era espacial
Faltaba casi una década todavía para que comenzara, formalmente, la conquista del espacio, marcada por la puesta en órbita de los soviéticos del primer satélite artificial: el Sputnik 1, el 4 de octubre de 1957. A partir de ahí, el avance fue acelerado: en 1958 se creó la Nasa y la carrera espacial logró enviar al primer hombre al espacio, Yuri Gagarin, en 1961, a bordo del Vostok 1.
En el 62, y seguramente a raíz de los acontecimientos, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos se pronunció sobre el anhelado telescopio espacial. En 1968, la Nasa dio luz verde al proyecto y se planteó que el lanzamiento fuera en 1979.
La década de los 70 trajo problemas financieros, que fueron parcialmente resueltos con el apoyo e incorporación de la Agencia Espacial Europea al proyecto. Los fondos definitivos para comenzar a construir el telescopio no fueron aprobados por el Congreso estadounidense hasta 1978, y en 1983, el telescopio fue nombrado Hubble, en honor del astrónomo que descubrió la expansión del universo.
Construirlo fue un largo y delicado proceso, principalmente por el espejo primario, de 2,4 metros de diámetro, con una capa reflectiva de aluminio de la milésima parte del grosor de un cabello. Esto retrasó el proyecto y su fecha de lanzamiento fue fijada luego para finales de 1986.
Cuando todo parecía estar listo, ocurrió el accidente del transbordador espacial Challenger, que un minuto después de su lanzamiento, el 28 de enero de 1986, se desintegró en el aire. Las misiones al espacio quedaron congeladas por casi tres años. El Hubble permaneció en tierra esperando una nueva fecha. El día elegido fue el 24 de abril de 1990.
Los ojos del mundo se enfocaron esa día en el transbordador Discovery, que lo llevó con éxito al espacio.
La expectativa por conocer las primeras imágenes tuvo un súbito revés: el Hubble ‘veía’ borroso. Aunque las imágenes eran mejores que las de telescopios terrestres, su calidad distaba mucho de la esperada. El error era de 2,2 micras en la forma del espejo principal. La tensión volvió y los esfuerzos se enfocaron en buscar soluciones.
En sus casi 30 años de funcionamiento, el Hubble recibió 5 misiones de servicio, la primera en 1994, que le puso ‘gafas’ para mejorar su ‘visión’. El parte de victoria, con las primeras imágenes de alta calidad, se dio el 13 de enero de 1994.
El último servicio de mantenimiento fue en mayo del 2009, con cambio de baterías y la instalación de un sistema mecánico para poder enganchar el telescopio el día en que se decida jubilarlo.
La historia del Hubble es sin duda una elaborada mezcla de ingredientes, que ha dado una de las recetas más exitosas en la investigación científica. Hoy, tras tantos años de incansable trabajo, el Hubble no deja de sorprendernos y de revelarnos secretos del cosmos.