Clima y tiempo

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Mucho antes de que se estableciera una definición formal del concepto, el clima ya afectaba de forma directa la vida de nuestros antepasados hace cientos de miles de años. 

Para los antiguos griegos, cada lugar del mundo conocido pertenecía a un “klimata”, y estaba caracterizado por la posición del sol. La palabra que emplearon justamente tiene relación con la inclinación de los rayos del sol sobre un lugar de la Tierra en un momento del año. El clima, hacía entonces referencia a la iluminación del sol en un territorio, que es distinta en diferentes latitudes geográficas. 

Hoy sabemos que el clima incluye, además de la radiación solar, rasgos de temperatura, presión, precipitación, viento, humedad, que se dan durante un periodo prolongado de tiempo.

Desde que el filósofo griego Parménides, en el siglo V a.C., dividiera la esfera terrestre en cinco grandes zonas: una tórrida central, dos templadas y dos frías (los polos), a lo largo de la historia se ha ido mejorando la caracterización del clima. Con las grandes expediciones marítimas en el Renacimiento, la forma de ver el planeta cambió radicalmente, y con ella el refinamiento en el estudio del clima.

Uno de los pioneros en el campo de la climatología fue un brillante escocés del siglo XIX que desafió la pobreza y una paupérrima salud para enfrentarse a algunas de las preguntas más desafiantes de su generación. James Croll es el protagonista de una inspiradora historia de dedicación y pasión científica, donde, a través de su autodidactismo, se dedicó a desentrañar el misterio detrás de la edad del sol, el origen y recorrido de las corrientes oceánicas, el espesor de la capa de hielo antártica y los factores desencadenantes de las eras glaciales.

Después de trabajar como vigilante en la Universidad de Anderson, en Glasgow, en donde pudo calmar su sed de conocimiento accediendo a una extensa biblioteca, finalmente consiguió un puesto en el Servicio Geológico en Edimburgo. Para ese momento, Croll ya se había dado a conocer en el ámbito académico tras escribir un artículo sobre la causa física del cambio de clima durante las épocas glaciares, en donde propone que hubo varias edades de hielo y que fueron provocadas en parte por cambios en la órbita de la Tierra alrededor del sol, la inclinación de la Tierra en el espacio, y por el tambalear de los polos magnéticos con el tiempo.

En 1875, cuando ya llevaba más de un lustro en su nuevo trabajo, publicó su obra más destacada, la destilación de su teoría de las edades de hielo y la órbita de la Tierra, titulada «Clima y Tiempo”. En total, produjo 92 trabajos científicos, escribió cuatro libros y aunque algunos elementos de su teoría eran incorrectos, abrió la puerta a una comprensión de los vínculos entre la astronomía y el clima de la Tierra, allanando el camino para que otros refinaran y desarrollaran su pensamiento.

Medio siglo después del trabajo de Croll, hoy sigue desarrollándose el debate en torno a la influencia de la dinámica de los cuerpos celestes en las variaciones climáticas en nuestro planeta. Sabemos, por ejemplo, que las mareas desempeñan un papel crucial en la regulación del movimiento de las corrientes oceánicas, las cuales transportan masas de agua cálida o fría alrededor del globo terrestre. Estudios recientes proponen que la alternancia entre el fenómeno de El Niño y La Niña podría estar vinculada a una onda oceánica subterránea impulsada por la fuerza gravitacional de la marea lunar. 

El 26 de marzo es la celebración del Día Mundial del Clima, y hoy mas que nunca la ciencia juega un papel crucial para comprender mejor cómo el cambio climático está afectando nuestro planeta y qué medidas podemos tomar para mitigar sus impactos. Nuestros principales aliados para esta tarea están curiosamente en el espacio, y son los satélites de observación terrestre que permiten estudiar los patrones climáticos y predecir cambios futuros, de una forma que hubiera maravillado a nuestro recordado científico del clima.

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