Una chispa en la oscuridad

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El verano de 1816 nunca llegó. En los diarios de la época se hablaba de un cielo de un gris persistente, de cosechas perdidas y de un frío que se negaba a abandonar Europa. Aunque nadie lo sabía con certeza, la Tierra acababa de recibir el eco distante pero poderoso de una erupción ocurrida un año antes, el colosal estallido del volcán Tambora, en Indonesia,  una erupción que había causado que la altura de la montaña disminuyera de 4300 metros a poco menos de 3000 metros. Su columna de ceniza alcanzó más de 40 kilómetros de altura, inyectando aerosoles en la estratósfera y modificando el clima global. Las pinturas de Joseph Turner, artista inglés que elevó el arte de paisajes a la altura de la pintura de historia, lograron capturar un cielo alterado por partículas volcánicas que dispersaban la luz y creaban llamativas puestas de sol amarillas y rojizas. Los registros científicos en la actualidad confirman que aquel fue uno de los inviernos más anómalos en la historia reciente del planeta.

En ese clima inquietante, un grupo de jóvenes se reunió en una villa a orillas del lago Lemán en Suiza. Mary Godwin, quien más tarde firmaría como Mary Shelley, Percy Shelley y Lord Byron pasaban allí un verano que pronto se volvió invernal. Encerrados por las tormentas, conversaban sobre electricidad, experimentos con galvanismo, anatomía, astronomía y las preguntas filosóficas que atravesaban a la ciencia del siglo XIX, tales como ¿qué es la vida?, ¿de dónde surge?, ¿hasta dónde puede llegar el conocimiento humano?

Europa vivía un momento de fascinación por el poder de la electricidad, con los experimentos de Luigi Galvani y los trabajos de Alessandro Volta que habían mostrado que pequeñas descargas podían producir contracciones en fibras musculares. A muchos esto les parecía una ventana a un misterio aún mayor relacionado con la posibilidad de que la electricidad pudiera animar la materia. La línea entre ciencia, especulación y espectáculo era algo difusa, lo que alimentaba tanto la investigación como la imaginación.

Esa mezcla de oscuridad climática y curiosidad científica encendió en Mary Shelley una inquietud que pronto se convirtió en una historia. Una noche, tras una conversación sobre la posibilidad de reanimar un cuerpo, tuvo un sueño con un científico inclinado sobre su criatura, contemplando el primer movimiento de un ser al que él mismo había dado vida. Al despertar, escribió lo que llamó “el fantasma más terrible”, una idea que se convertiría en Frankenstein o el moderno Prometeo, una novela publicada en 1818.

Lo que hace tan poderosa esta novela no es solo la figura del monstruo, sino el cuestionamiento en torno a la responsabilidad que acompaña al descubrimiento, logrando captar con gran lucidez el desasosiego de una época en la que la ciencia avanzaba con rapidez y al mismo tiempo abría dilemas éticos inéditos. Mary no critica la ciencia sino el abandono, la soberbia y la falta de empatía de quien investiga sin imaginar las consecuencias.

En retrospectiva, es sorprendente cómo un fenómeno natural ocurrido al otro lado del planeta no solo alteró el clima, también alteró la creatividad de una generación que encontró en la oscuridad una oportunidad para pensar en los límites de lo humano. Más de dos siglos después, la criatura de Mary Shelley sigue caminando entre nosotros, cambiando de rostro y de acento, pero conservando la misma pregunta de fondo. El director mexicano Guillermo del Toro, conocido por mezclar monstruos y humanidad con una sensibilidad muy particular, ha retomado la historia en una nueva película sobre Frankenstein, para volver a recordarnos que la ciencia no ocurre en un vacío, y que por el contrario surge en contextos sociales, ambientales y culturales que la moldean. 

En el contexto moderno, la obra de Mary Shelley nos lleva a reflexionar sobre el rumbo de las nuevas tecnologías, desde la inteligencia artificial hasta la ingeniería genética, y sobre la importancia de acompañarlas con una mirada ética y profundamente humana. En el corazón de Frankenstein late la advertencia sobre cómo el conocimiento es una chispa poderosa, y la reflexión sobre por qué lo que hacemos con esa chispa es lo que define realmente nuestra creación.

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