Camille Flammarion, el astrónomo que hizo del cielo un patrimonio universal

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El 3 de junio de 1925 murió Camille Flammarion, astrónomo, escritor y visionario francés. Un siglo después, su legado sigue brillando con fuerza entre quienes creemos que la ciencia debe ser un bien compartido, un motor de asombro y conocimiento accesible para todos. Flammarion no fue solo un científico, fue, ante todo, un humanista del cosmos. Su historia es también la historia de cómo un francés autodidacta dejó una huella profunda en los cielos y en los corazones, de lugares tan lejanos como Colombia.

Flammarion nació en 1842 en Montigny-le-Roi, y a los 16 años ingresó al Observatorio de París, pero pronto abandonó el rigor matemático impuesto por el reconocido astrónomo Urbain Le Verrier, para dedicarse a una astronomía más libre, inspirada en Humboldt y Arago, dos de sus principales referentes.

Flammarion creía que mirar al cielo era una experiencia profundamente humana, no exclusiva de los sabios con toga. Por eso escribió más de 50 obras que mezclan ciencia, filosofía y narrativa, como Astronomie populaire (1879) o La fin du monde (1894), donde la poesía convive con la física celeste. Fue, en palabras de la escritora española Emilia Pardo Bazán, un “Julio Verne del espacio”.

Fundó la revista L’Astronomie, la Société Astronomique de France y fue pionero en usar ilustraciones proyectadas en conferencias. Pero quizás su mayor revolución fue mental, al convencer al mundo de que todos podíamos y debíamos asomarnos al universo.

Flammarion tejió redes de admiradores y colaboradores por todo el mundo, y fue precisamente en Colombia donde surgió una de las conexiones más entrañables, que lo unió al astrónomo zipaquireño José María González Benito. En 1880, el colombiano fundó en su ciudad natal el Observatorio Flammarion que poco después trasladó a Bogotá, en homenaje a su amigo francés, quien además fuera su padrino de matrimonio. Allí instaló un telescopio de última tecnología, un espectroscopio y diversos instrumentos traídos de París, con los que realizó observaciones solares, estelares y planetarias que llegaron a manos de destacados astrónomos de la época, como el italiano Giovanni Schiaparelli.

La relación entre ambos fue más que epistolar. En 1874, Flammarion invitó a González Benito a volar en globo sobre París, convirtiéndolo en el primer suramericano en elevarse en un aeróstato europeo. Más tarde, lo inmortalizaría como personaje en La fin du monde, presentándolo como el sabio colombiano que observaba los cielos ecuatoriales desde un observatorio a tres mil metros de altitud. Para Flammarion, su amigo colombiano era un igual, un faro de ciencia en los trópicos.

Colombia fue el primer país del mundo en fundar una sociedad astronómica con el nombre de Flammarion. La Société Astronomique Flammarion de Bogotá nació en 1880, antes incluso que las de Francia o Bélgica. Su objetivo era llevar la astronomía a todos los rincones del país, desde la escuela hasta la prensa, desde la investigación hasta la divulgación. Tristemente, tanto la Sociedad como el Observatorio en homenaje a Flammarion desaparecieron.

Hoy, cuando el mundo rinde homenaje a Flammarion en el centenario de su muerte, es el momento ideal para volver a encender la llama de la primera Sociedad Flammarion, retomando aquel sueño de una ciencia que pertenece a todos, una ciencia curiosa, compartida y profundamente humana.

Camille Flammarion nos enseñó que el universo no pertenece a los astrónomos, sino a todos. Nos recordó que el asombro es una forma de conocimiento, y que el conocimiento debe ser una forma de libertad. Su legado, en Colombia y en el mundo, sigue siendo una invitación a mirar arriba, no solo para entender el cielo, sino también para comprendernos mejor como humanidad.

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