
“Señor, he descubierto la montaña más alta del mundo”, fueron las palabras con las que el joven matemático bengalí Radhanath Sidkar irrumpe en la oficina de su jefe un día de 1852 en la ciudad de Dehra Dun en el norte de la India. Radhanath, se refería al Pico XV del Himalaya, y su anuncio llegaba después de cuatro arduos años en los que se había convertido en una calculadora humana que manejaba como ningún otro los datos que se recolectaban como parte del Gran Proyecto de Topografía Trigonométrica de la India.
Hasta finales del siglo XVIII, el Himalaya era prácticamente un misterio para los occidentales, quienes apenas lo habían explorado. Aunque los valles llevaban siglos habitados, las cimas más elevadas seguían sin haber sido alcanzadas, y había un gran desconocimiento de los detalles del territorio, como elevaciones y forma del terreno.
En ese contexto se inicia en 1802 el proyecto de topografía más ambicioso al que se había enfrentado el gigante asiático, con el propósito de mapear todo el subcontinente, y que se extendió durante casi siete décadas, debido a la enorme magnitud y complejidad de la tarea.
Radhanath había ingresado en 1840, cuando el destacado geógrafo británico George Everest era el responsable de la topografía de la India. Everest mejoró significativamente los instrumentos de topografía de la época, con innovaciones que permitieron mediciones muy precisas sin la tecnología moderna de láseres, satélites o fotografías aéreas, pero otro de sus aportes fue reconocer la rara genialidad del joven indio para realizar complejos cálculos matemáticos.
El proyecto utilizó un gigantesco teodolito de media tonelada, que se desplazaba para realizar mediciones desde treinta lugares diferentes. Estos datos eran esenciales para calcular la altitud de las montañas del Himalaya. La principal aportación de Radhanath fue ajustar las mediciones para compensar el fenómeno de la refracción, que es la desviación de la trayectoria de la luz debido a la densidad de la atmósfera terrestre. Esta corrección era crucial, ya que la luz no viaja en línea recta, sino que su dirección se altera al pasar a través de diferentes capas de la atmósfera. Un ejemplo cotidiano del fenómeno sucede cuando observamos a una persona en una piscina. Desde fuera del agua, parece que sus piernas están dobladas o encogidas en el punto donde el agua y el aire se encuentran. Esto ocurre porque la luz viaja a diferentes velocidades en el aire y en el agua y cambia su trayectoria, haciendo que la imagen que percibimos no coincida exactamente con la posición real de la persona bajo el agua.
Cuando el joven calculista indio entra eufórico en aquella oficina con la noticia del descubrimiento del monte más alto de la Tierra, su jefe ya no era Everest, para entonces retirado. En su lugar estaba uno de sus pupilos, el ingeniero Andrew Scott Waugh, quien más tarde daría al Pico XV el nombre de su mentor. En 1865 el monte Everest recibe finalmente su nombre oficial, a pesar de las objeciones del propio George Everest, quien creía que la montaña debía llevar un nombre local, fácil de pronunciar para la población. Otros pensaban que el homenaje debía ser para Radhanath Sickdhar, quien, al calcular los 8.840 metros sobre el nivel del mar, estableció al monte como la cima del mundo.
Casi un siglo transcurriría antes de que un ser humano pusiera pie en esa sagrada cumbre, y algunas décadas más para que las mediciones GPS de última generación revelaran que el Everest alcanza una altura entre 8.848 y 8.850 metros, y que, debido al movimiento tectónico que empuja la cordillera hacia el norte, se eleva unos cuatro milímetros por año.