El día que el cielo se derrumbó sobre la Tierra

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La temporada de fin de año, llena de luces que inundan las ciudades, vino también acompañada de destellos de luz celestes. Me refiero a la lluvia de meteoros mas intensa del año, las Gemínidas. Desde la tercera semana de noviembre y hasta la noche de Navidad, los cielos nocturnos fueron visitados por ráfagas de pequeñas partículas de polvo que pudieron ser avistadas por los curiosos observadores del firmamento. 

Las popularmente llamadas “estrellas fugaces” pueden ser observadas en diferentes temporadas, durante la mayor parte del año, aunque para las Gemínidas su intensidad es mayor. Lo cierto es que no tienen nada que ver con estrellas y su denominación apropiada es lluvia de meteoros, pudiendo ser detectados a partir del rastro brillante que dejan en el cielo, como consecuencia del rápido ingreso de las partículas a la atmósfera terrestre. Viajando a miles de kilómetros por hora desde el espacio exterior atraviesan la atmósfera, generando una alta fricción con el aire que puede elevar su temperatura a cientos de grados, o incluso miles, y se incineran de forma similar a cuando encendemos una cerilla.

Los cazadores de Gemínidas, deben armarse de paciencia y dirigir su mirada hacia la constelación de los gemelos, Géminis, de donde reciben su nombre de Gemínidas. De este lugar en la bóveda celeste, denominado el radiante, parecen emerger los destellos, que pueden alcanzar hasta los 100 meteoros por hora durante el máximo de intensidad. 

A diferencia de lo que sucedía en 1866, año en que se tenia por primera vez registro de las Gemínidas y desconocimiento sobre su origen, hoy sabemos que se producen por restos del asteroide Faetón. Durante su viaje, el asteroide va dejando pequeños fragmentos, y una de esas nubes de escombros es la que se encuentra la Tierra por esta época del año durante su recorrido alrededor del Sol, creando el llamativo espectáculo celeste. 

Si en la actualidad, sabiendo perfectamente los detalles de como se producen, las lluvias de meteoros son un atractivo espectáculo para miles de curiosos, podemos imaginar lo que sería hace siglos cuando sorprendían, y hasta atemorizaban, a los habitantes del planeta.

La mayor lluvia de meteoros de todos los tiempos ocurrió el 13 de noviembre de 1833, y fue para los testigos visuales un extraordinario evento donde se reportaron hasta 200.000 meteoros por hora. En una época donde no existía luz eléctrica, el terror se apoderó de los habitantes de varios lugares al ver que el cielo encendido parecía desmoronarse sobre sus cabezas. 

«El mundo ahora está llegando a su fin, porque las estrellas están cayendo” fue uno de los testimonios de aquel momento, y en muchos otros coinciden las expresiones de miedo ante los sorprendentes acontecimientos. Se trataba de la lluvia de meteoros de las Leónidas, con radiante en la constelación de Leo, generadas por el cometa Tempel-Tuttle, cuya órbita de 33 años intercepta a la de la Tierra, dejando los escombros que alimentan los destellos meteóricos.  

La última lluvia de meteoros del año, fueron las Úrsidas, que tuvieron lugar las últimas dos semanas del año y son causadas por partículas desprendidas del Cometa Tuttle. Sin embargo, hay que alejarse siempre de las luces artificiales para evitar la contaminación lumínica que nos hace perder la posibilidad de observar estos eventos celestes en todo su esplendor.

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