
Miles de organismos vivos viajaron hacia la Luna hace pocas semanas. Lo hicieron a bordo de la misión Artemis 1 que fue lanzada exitosamente después una década de preparación y dos recientes intentos fallidos de lanzamiento.
Aunque esta primera misión del programa Artemis no llevaba tripulación de seres humanos, si transportó diminutos seres que constituyeron una tripulación de microorganismos en toda regla. Dentro de la cápsula Orión, había un espacio del tamaño de una caja de zapatos donde reposan cultivos de levaduras y algas, que hacían parte de los experimentos biológicos con objetivos científicos que nos ayudarán a entender mejor las condiciones del espacio y sus efectos sobre la vida.
El pasado 11 de diciembre, fecha del esperado regreso de la cápsula a la Tierra después de recorrer mas de dos millones de kilómetros, el equivalente a darle medio centenar de vueltas al planeta, se abra la escotilla de la nave, representó el comienzo del análisis de toda la información recopilada sobre los efectos de la radiación cósmica y el ambiente de ingravidez en los diminutos aventureros.
La investigación, que busca estudiar la respuesta de estos hongos unicelulares y algas a las condiciones extremas, representa un ingrediente esencial para poder entender los posibles efectos sobre las células humanas. Monitorear los signos vitales de estos microorganismos, tiene aplicaciones, por ejemplo, para indagar sobre consecuencias de la exposición a altos niveles de radiación en tratamientos de radioterapia contra el cáncer, que por lo general pueden generar daños en el ADN de los humanos.
Al analizar en detalle los cambios genéticos de estos organismos, apoyándose en investigaciones de las últimas dos décadas sobre su comportamiento en el contexto terrícola, se espera profundizar en esta área de investigación que hoy lidera la biotecnología. Es la primera vez en medio siglo que se lleva material biológico más allá de la orbita terrestre, y que se vuelva a traer para estudiar en laboratorios con técnicas mucho mas avanzadas que las del siglo pasado, por ejemplo en análisis moleculares que incluso se benefician de los algoritmos de inteligencia artificial.
Pero el alcance de la levadura espacial no solo llega hasta la Luna. Otro experimento con levadura despegó en Artemis 1 y llegará mucho más lejos. En este caso se trata del proyecto denominado Biocentinela, que corresponde a un pequeño nanosatélite y representa el primer experimento de biología de larga duración en el espacio profundo. Del tamaño, una vez más, de una caja de zapatos, el experimento tiene autonomía en su viaje, saliendo de la cápsula Orión y pasando junto a la Luna, para seguir orbitando alrededor del Sol entre seis y nueve meses.
Se medirá en tiempo real como las células de levadura vivas responden a la exposición a largo plazo de radiación espacial, y si la forma en que se repara el daño en su ADN es similar a cómo se lleva a cabo el proceso en los humanos.
Esta nueva odisea espacial que ahora abre la puerta a la conquista lunar del siglo XXI, viene cargada de ciencia con implicaciones sobre las condiciones de los seres humanos que viajen al espacio y los que se queden en tierra.