
Ciencia y caridad, es el nombre que lleva la pintura que uno de los mejores artistas de todos los tiempos presentó como obra final para ingresar en la Facultad de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid (España). En este oleo sobre lienzo, realizado por gran artista Pablo Ruiz Picasso cuando contaba con apenas 15 años de edad, se evoca el interés por el progreso de la ciencia. La escena, de inevitable realismo social, esta protagonizada por un médico tomándole el pulso a una mujer enferma, y por una monja que contempla la situación sosteniendo un niño en sus brazos.
A lo largo de la obra del artista, que llegó a este mundo el 25 de octubre de 1881, se pueden extraer pinceladas con un perceptible influjo científico. Su gusto por la geometría es evidente en el estilo cubista, del cual fue precursor, con principios básicos basados en ángulos, formas y puntos de vista. La descomposición de las imágenes en múltiples partes, o la síntesis que reduce la figura a las formas geométricas más puras, fueron parte de la genialidad y vanguardismo del maestro español, que revolucionó el mundo del arte al cambiar la manera de entender la pintura que se tenía desde el Renacimiento.
Muchos lo comparan con el científico Albert Einstein, con el cual se llevaba apenas un par de años de diferencia, en el sentido en que ambos se preocuparon por descubrir la naturaleza del espacio y el tiempo, en particular la esencia de la simultaneidad. Mientras que con su teoría de la relatividad, Einstein da protagonismo al papel del observador y la forma en que ve y mide acontecimientos, Picasso rompía los límites de la perspectiva visual al reducir diversos puntos de vista en una única y amplia mirada. Se encuentra en ambos esa pertinaz búsqueda de la cuarta dimensión, que los lleva a resaltar la influencia del tiempo en la percepción del espacio.
En “Las señoritas de Avignon”, uno de sus cuadros más famosos, Picasso juega con planos y puntos de vista dispares, y motiva al que contempla la obra a tener la sensación del transcurrir del tiempo a través de la superposición de posiciones y perspectivas en la representación de cinco mujeres. Logra Picasso con sus trazos aparentemente simples evocar una gran complejidad espacio temporal.
Aquellos sencillos trazos me recuerdan las líneas que imaginariamente unen estrellas, creando siluetas virtuales sobre la bóveda celeste, las constelaciones. Picasso no era ajeno a lo que por miles de años ha maravillado a los humanos, el cielo nocturno. En alguna ocasión comentó que admiraba las cartas celestes. Le parecían bellas, al margen de su significado ideológico.
“Un buen día me puse a dibujar un grupo de puntos, unidos por líneas y manchas que parecían suspendidas en el cielo. Mi idea era la de utilizarlos más tarde, introduciéndolos como un elemento puramente gráfico en mis composiciones” anotaba Picasso.
Es tentador pensar que la constelación de Tauro, con aquel colosal toro que la representa, fuera parte de su inspiración para su época de tauromaquia; la del mundo taurino en su obra.
Siempre me ha llamado la atención la similitud del toro picassiano con las representaciones en pinturas rupestres, en particular en la cuevas de Lascaux (Francia) y Altamira (España). Por algo tal vez, el impacto que produjo en Picasso ver la impresionante obra hecha por cazadores del paleolítico hace unos 20 mil años en Altamira, en donde se ha planteado que podría estar representada la constelación de Tauro, lo llevo a decir: “después de Altamira, todo es decadencia”.