
Aunque nos parezca muy normal, el hecho de viajar a lo largo y ancho del planeta y poder respirar de forma natural, es un lujo que, por el momento, solo podemos darnos en la Tierra. Los mas osados podrán incluso aventurarse a subir el monte más alto del planeta y disfrutar de la cumbre respirando directamente el aire a los no despreciables 8.849 metros del Everest, como lo hicieran por primera vez los alpinistas Reinhold Messner y Peter Habeler en 1978.
El manto de gases de la atmósfera, no solo nos deja respirar sino que también nos protege de la intensa radiación ultravioleta del Sol, permite que el sonido se propague y podamos comunicarnos, es responsable del color azulado característico del cielo, nos protege de gran cantidad de meteoritos que se desintegran al atravesarla, y regula la temperatura del planeta.
Por si lo anterior fuera poco, es el peso de esos gases lo que ejerce una presión adecuada para que el agua pueda mantenerse en estado líquido en la superficie de nuestro planeta. Aquí está incluida también el agua de nuestros cuerpos. Alrededor de un 70% del cuerpo humano se compone de agua, de manera que si desapareciera la atmósfera de un momento a otro, nos evaporaríamos casi al instante. Es justamente lo que sucede si nos fuéramos a un viaje al espacio exterior sin la protección de una nave o traje espacial; muerte por deshidratación.
La composición de la atmósfera terrestre es única en el sistema solar; al menos en el momento actual. Las atmósferas de los planetas rocosos en nuestro vecindario van desde una densa atmósfera llena de dióxido de carbono, nubes de ácido sulfúrico y una presión atmosférica cien veces mayor que la terrestre en Venus, pasando por la tenue atmósfera marciana cien veces menos densa que la terrestre, hasta la etérea atmósfera de Mercurio.
El caso de Marte plantea varios interrogantes. La presión de su atmósfera es muy cercana al punto triple del agua, en donde hielo, agua líquida y vapor podrían coexistir al tiempo. La escasez de vapor de agua en la atmósfera marciana y la ausencia de cuerpos de agua líquida, muestran que Marte no tiene un ciclo hidrológico como sí existe nuestro planeta.
Las investigaciones apuntan a que en el pasado, hace millones y millones de años, Marte tuvo una atmósfera cálida y húmeda, y lagos en su superficie. El culpable de haber destruido esa atmósfera de manera gradual fue el viento solar. Se ha calculado que las partículas de materia (protones y electrones) que salen del Sol a velocidades de hasta casi dos millones de kilómetros por hora, fueron “erosionando” la atmósfera, expulsando al espacio a los átomos de gas que la componían. Unos 100 gramos de atmósfera perdería el planeta rojo cada segundo.
No toda la culpa fue del Sol. El principal escudo protector contra el viento solar es el campo magnético, y Marte perdió casi completamente su magnetósfera por alguna razón aún desconocida. Se sabe que la tuvo porque hay rastros de una intensa actividad volcánica y geológica, que dan cuenta de un interior fluido que, a su vez, es el generador del campo magnético, inducido por el movimiento de cargas eléctricas (corriente eléctrica) en el núcleo.
Quedan muchas preguntas por responder sobre la atmósfera de Marte, que serán esenciales para entender muchos efectos en nuestra propia atmósfera terrestre.