
El uso de la tecnología nos ha marcado significativamente a lo largo de la historia de la humanidad. Los grandes desarrollos en ciencias aplicadas, que hoy son indispensables para el funcionamiento de la sociedad moderna, nos acercan también a indagar como nunca antes el universo que habitamos y son nuestros principales aliados para responder muchas de las preguntas que nos han rondado por milenios.
Sin esa tecnología, no podríamos acortar, por ejemplo, la distancia que nos separa del día en que descubramos vida fuera del planeta Tierra. En los últimos años hemos visto el éxito en la búsqueda de planetas extrasolares, cuyo número ya supera los 5.000, y la llegada de instrumentos que son capaces de detectar los elementos que componen algunas de aquellas atmósferas planetarias. Hace poco el telescopio JWST descubrió dióxido de carbono en el planeta extrasolar WASP-39, a 700 años luz de nuestro hogar, mientras que por otro lado se publicaba un estudio que da a conocer la existencia de una abundante población de exoplanetas constituidos por agua.
Encontrar tales sustancias asociadas con la vida, lo que se suele denominar biomarcadores, es llegar a un punto de inflexión en la ciencia de los exoplanetas, y estos pasos firmes son indispensables para establecer en un futuro, esperemos que cercano, la prueba definitiva que nos confirme que no estamos solos en el universo.
Ahora bien, una cosa es encontrar señales de vida, y otra que esa vida sea inteligente y avanzada tecnológicamente. La diferencia puede representar, como en nuestro álbum familiar, miles de millones de años de evolución. Tal cantidad de tiempo fue necesaria para que la vida en la Tierra haya sido capaz de crear tecnología para iluminar con luz artificial el hemisferio nocturno del planeta, desarrollar procesos industriales que dejan rastro en la atmósfera, crear infraestructura satelital y misiones de exploración espacial, emitir y recibir infinidad de señales que usamos para comunicarnos todos los días, entre otras huellas tecnológicas.
Los avances que experimentamos nos permitirán a su vez emprender la búsqueda de tecnofirmas, o evidencias del uso de tecnologías y actividades industriales en otras partes del universo. Nuestra tecnología al hallazgo de tecnología extraterrestre.
No necesariamente se debería explorar el espacio profundo, con el ánimo de ir a la caza de esas huellas cósmicas generadas por posibles civilizaciones alienígenas en los confines de la galaxia. Algunos sugieren que podríamos encontrar rastros de ellas en nuestro entorno más cercano, en el sistema solar; por ejemplo restos de antiguas sondas enviadas por habitantes de otro mundo que han llegado por estos lares. Incluso se está barajando la posibilidad de buscar tecnofirmas extraterrestres en la superficie lunar, y en los fondos oceánicos de la Tierra, buscando posibles desechos de tecnología extraterrestre.
Un estudio reciente afirma que algunos de los meteoritos que caen en la Tierra, que tienen minerales exóticos como la brezinaita y la jadeita, cuya producción es bastante complicada y no de da de forma natural, podrían ser parte de esos desechos de tecnología extraterrestre, tecnología abandonada.
Aunque estos nuevos enfoques son llamativos, el tema se debe abordar con cuidado, para no caer en las típicas historias fantasiosas que, de hecho, afectan negativamente a las verdaderas investigaciones científicas en este campo.