
Posiblemente las nuevas generaciones crecen con muchos menos deseos de descubrir otros mundos, me refiero simplemente a la cotidianidad con la que ahora escuchamos de descubrimientos de planetas en el universo. Desde la primera detección confirmada de un planeta extrasolar en 1992, del polaco Aleksander Wolszczan, hasta la reciente noticia de que el número de detecciones de estos mundos fuera de nuestro sistema solar asciende ya a cinco mil, han pasado tres décadas, plagadas de enormes desafíos y avances tecnológicos.
Hubo una época en donde pensar en la existencia de otros mundos era motivo para ser acusado de herejía, y hasta para ser quemado en la hoguera, como le sucedió a Giordano Bruno por sus ideas en torno al universo que pisaban callos en la sociedad del siglo 16. Afortunadamente las cosas cambiaron, y desde comienzos del siglo 20 muchos ya suponían de la existencia real de planetas extrasolares, y las posibilidades de detectarlos con los nuevos instrumentos y telescopios. Antes de terminar el milenio, finalmente el sueño se convertía en realidad.
Desde entonces, las investigaciones en este campo han pasado de detectar planetas gigantescos, a cuerpos cada vez parecidos en tamaño a la Tierra, se pusieron en marcha misiones de búsqueda de planetas extrasolares, como el telescopio Kepler, que rápidamente hicieron que la detección de estos mundos fuera algo casi rutinario. Sofisticados algoritmos de inteligencia artificial descubren planetas de manera vertiginosa en cientos de miles de imágenes del universo, buscando variaciones en la luz de estrellas debidas al paso de un planeta extrasolar frente a ellas, siendo esta una de las principales técnicas de detección.
Puede que ya no soñemos como antes con descubrir planetas extrasolares, pero ahora lo hacemos con saber cómo son esos mundos y en las posibilidades de vida allí. Para ello nos enfocamos en empezar a caracterizarlos, es decir, en buscar evidencias químicas que puedan estar asociadas con procesos biológicos; las huellas de la vida a partir de los denominados biomarcadores.
En un futuro cercano se espera poder discernir la presencia de agua líquida, nubes, nieve, y otras características que en la Tierra son my comunes. La técnica se basa en estudiar la luz que refleja la atmósfera o superficie de un exoplaneta, y que después de recorrer miles o millones de kilómetros es captada por la nueva generación de telescopios. Esa luz guarda celosamente la información sobre los elementos que allí
Los telescopios escanearan el cielo, y miles y miles de planetas para buscar aquellos como la Tierra, que sean rocosos y que se encuentren en la zona de habitabilidad en torno a sus estrellas, donde el entorno es apropiado para que la vida como la conocemos se haya desarrollado en otros rincones de nuestra galaxia. Y nos seguirán quedando las miles de millones de galaxias allí afuera a espera de un futuro espía extragaláctico.
Aleksander Wolszczan, nacido en 1946, en plane generación del baby boom.