Los desayunos que transformaron la ciencia

Ilustración tomada de la portada del libro «The Philosophical Breakfast Club»

Un buen desayuno debe ser, en líneas generales, variado, completo y equilibrado. Así eran los desayunos, pero principalmente las tertulias, de cuatro sobresalientes hombres de ciencia en la primera mitad del siglo XIX, que representaron el comienzo de una metamorfosis para la ciencia, hasta convertirla en lo que hoy conocemos.

En el «Club del Desayuno Filosófico”, como lo denominaron, se reunían los domingos en Cambridge, Inglaterra, Charles Babbage, inventor de una calculadora mecánica que sería precursora de lo que hoy denominamos como computador, Richard Jones, famoso por sus contribuciones a la economía, John Herschel, astrónomo y uno de los inventores de la fotografía, y William Whewell, sobresaliente filósofo e historiador. Las discusiones incluían aspectos profundos sobre los fundamentos de la ciencia y el método adecuado que deberían utilizar en sus disciplinas científicas, y otros sobre el papel de la ciencia en la sociedad. 

Lamentablemente el club no tuvo un largo aliento, y se terminó sin llegar a cumplir el primer año, cuando Herschel se graduó de matemático con los máximos honores y posteriormente abandonó Cambridge; pero las repercusiones que tendría se verían reflejadas un par de décadas mas tarde, en un evento que cambiaría para siempre el desarrollo de la ciencia en el mundo.

El hecho ocurriría el 24 de junio de 1833, cuando se celebraba en al Universidad de Cambridge una reunión de la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia, con casi un millar de miembros que llegaron desde diferentes rincones del planeta. El anfitrión del evento era William Whewell, quien centraba su alocución sobre el estado y la naturaleza de las ciencias, y en las cualidades de observación y razonamiento esenciales para la estructura del andamiaje en donde se desarrolla la actividad científica, temas que seguía nutriendo desde los famosos desayunos del club. 

El poeta Samuel Taylor Coleridge irrumpe en la escena para afirmar que los miembros de la asociación debían dejar de ser reconocidos como filósofos naturales. De repente, William Whewell, sugiere usar una nueva denominación, y propone la palabra científico (en inglés scientist) como una fusión de las palabras en ingles “science” y “artist”. Había comenzado a trazarse el camino para hacer el tránsito del filósofo natural, generalmente una persona aficionada a la ciencia que desarrollaba experimentos en sus ratos libres, al científico profesional, entrenado en una universidad y con un título en ciencia, que pertenece a organizaciones científicas y busca recursos para apoyar sus investigaciones.

La parte negativa es que desde ese momento la ciencia aprecia separada del resto de la cultura, y los científicos son paulatinamente aislados del resto de la sociedad, como encapsulados en un halo infranqueable. Hoy seguimos arrastrando esa separación que se evidencia desde las visibles deficiencias en la cultura científica de nuestra sociedad, hasta las amplias dificultades para que la ciencia sea incorporada en la forma de pensar de nuestros gobernantes.

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