Las observaciones de Tycho Brahe influenciaron los trabajos de Kepler sobre el movimiento planetario.
Muchos seres humanos han dedicado horas de sus vidas a la observación del firmamento. Aunque pudiera parecer que sin el uso de avanzados instrumentos de observación –como los telescopios– la tarea se limita a la mera contemplación de puntos brillantes, lo cierto es que un buen número de descubrimientos sobre el universo y sus leyes fundamentales se deben a minuciosas observaciones a simple vista.
Las leyes de Kepler, que hoy son esenciales para entender el movimiento de los planetas en el sistema solar y tener satélites artificiales girando alrededor de la Tierra, y hasta para enviar misiones espaciales que profundizan en la exploración de otros planetas, son un ejemplo de ello.
Nacido un 14 de diciembre de 1546, a sus 13 años Brahe fue testigo de un eclipse de Sol y, gracias a la motivación de un tío que lo adoptó como hijo propio, comenzaría su pasión por ver el firmamento a simple vista. En su juventud alternó estudios de leyes con su afición por las matemáticas y los cuerpos celestes, para luego tomar la astronomía como profesión.
Brahe quería registrar todo lo que veía en la bóveda celeste con una precisión jamás alcanzada anteriormente, y de esta forma mejorar las predicciones astronómicas de su época. Quería tener las mejores tablas de datos de movimientos planetarios, y lo consiguió.
Uno de sus templos de observación astronómica fue la isla de Hven, donde construyó dos observatorios, financiados por el rey Federico II de Dinamarca y Noruega. Desde Uraniborg y Stjerneborg, como se denominaron, Brahe continuó su exitosa labor para catalogar posiciones y movimientos de un millar de estrellas.
Luego trasladó el observatorio a Praga, donde conoció a Kepler, quien se convirtió en su asistente. Kepler quedó deslumbrado con sus observaciones y luego de la muerte de Brahe, en 1601, escasamente un par de años después de su encuentro, se dedicó insistentemente a analizar toda la ingente cantidad de datos para publicar la Astronomía nueva, una de sus principales obras, en 1609.
Ese mismo año, el telescopio entraría en escena para revolucionar nuestra visión del universo, pero ya jamás olvidaríamos que las leyes del movimiento planetario –y posteriormente la ley de gravitación universal, de Newton, que se basó en estas– tuvieron sus raíces en la paciente observación del cielo a ojo limpio.
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