Estos objetos, que usamos a diario, son piezas clave en los telescopios que apuntan al cosmos.
Ver nuestra imagen en un espejo, un acto tan simple, común y cotidiano, involucra a la luz y a las leyes físicas de la reflexión. Los primeros espejos fueron simples vasijas con agua, en las que hace más de 5.000 años nuestros antepasados veían su reflejo. Luego se pasó a usar superficies metálicas de bronce, cobre o acero, en Babilonia, Grecia y China antiguas.
Los espejos que usamos ahora tienen su origen hace unos dos siglos, gracias a las técnicas para depositar finas capas de plata en superficies de vidrio, que revolucionaron incluso la observación del universo, al aplicarse a telescopios reflectores -inventados por Isaac Newton- que hasta entonces usaban espejos de metal pulido.
Sin pensarlo, dependemos tanto de estos elementos que quitarlos de nuestra vida diaria sería complicado. Para el conocimiento del universo, los espejos son imprescindibles.
Lejos de ser elementos que no han evolucionado, los espejos se siguen actualizando para tener superficies más lisas (con errores de pulido de la milésima parte del grosor de un cabello humano), finas, resistentes, y para aumentar su poder de reflexión, con diversas aplicaciones en investigación científica.
Hace tan solo unos meses eran protagonistas del descubrimiento directo de ondas gravitacionales, pues son parte fundamental del diseño del instrumento LIGO, el cual detectó las deformaciones en el espacio-tiempo emitidas por un par de agujeros negros en colisión.
El futuro de la exploración del cosmos dependerá de los espejos. Por estos días se completó la colocación de los espejos del próximo telescopio espacial, el Jame Webb -será lanzado en el 2018-, la siguiente generación después del Hubble. Su funcionamiento se basa en un rompecabezas de 18 espejos hexagonales de berilio, con un recubrimiento de oro, que en conjunto tiene un tamaño de 6,5 metros de diámetro y una cantidad de oro equivalente a una pelota de golf.
Una vez en órbita, el espejo se mantendrá a -220 grados centígrados y será capaz de detectar la formación de las primeras galaxias y estrellas. Además, nos permitirá, entre otras cosas, descubrir un gran número de planetas a enormes distancias en el universo.
Hoy, incluso los espejos están “vivos” y pueden deformarse en tiempo real cientos de veces por segundo, para ser usados en observaciones astronómicas y ayudar a corregir el efecto adverso de la turbulencia atmosférica que afecta las imágenes captadas por un telescopio.
Esto es parte del sistema que se conoce como óptica adaptativa y que desde este milenio está revolucionando la astronomía observacional en telescopios en la Tierra, obteniendo imágenes nítidas casi como las que lograría un telescopio ubicado en el espacio.