Tomar fotos fue en sus inicios un acto mágico, hoy es ejemplo de la ciencia aplicada a lo cotidiano.
Una acción tan simple y cotidiana como tomar una fotografía con el celular y luego compartirla con los amigos en alguna red social, encierra grandes desarrollos tecnológicos y esfuerzos inimaginables.
Como un rompecabezas que tardó varios siglos en armarse, la historia de la fotografía comenzó con los chinos y griegos hace más de dos mil años, al describir la forma de proyectar imágenes de objetos sobre superficies. Sin embargo pasaron varios siglos antes de poder «congelar el tiempo» y plasmar una imagen que se mantuviera para la posteridad mediante el uso de materiales sensibles a la luz.
Distinto a lo que ocurre hoy, que en cuestión de segundos podemos hacernos una ‘selfie’ y enviarla a un amigo al otro lado del mundo, en la década de 1820 hubiéramos necesitado algo más que paciencia para fotografiarnos, pues tendríamos que haber estado quietos para tomarla durante varias horas.
La imagen se registraba sobre una mezcla viscosa de líquidos orgánicos, en su mayoría provenientes del Mar Muerto, conocida como «betún de Judea». Años más tarde, el 19 de agosto de 1839, fecha considerada el punto de partida de la fotografía, se difundió la noticia de este proceso que parecía ser producto de la magia.
Después de eso la fotografía experimentó una gran evolución. Nuevos materiales cada vez más sensibles a la luz, como los compuestos de plata, permitieron inmortalizar la vida de las ciudades y su gente, para comenzar a escribir una nueva historia, impregnada del invaluable soporte gráfico.
Sumado a los aportes artísticos y documentales, la fotografía significó una gran revolución para los estudios científicos. La simbiosis entre fotografía y ciencia fue especialmente fructífera hacia finales del siglo XIX. Uno de los campos de investigación más importantes en esos momentos era la determinación de la estructura atómica, y las placas fotográficas permitieron evidenciar, por ejemplo, la huella de los electrones.
Y cuando aún no habíamos salido del asombro con los innumerables usos y aportes de la fotografía, vino otra de las grandes revoluciones de nuestra era moderna: la invención de los sensores digitales en 1969. Esto significó el salto del rollo fotográfico en las cámaras analógicas a los sensores CCD en las digitales.
Los CCD son dispositivos con minúsculas celdas, llamadas pixeles, capaces de almacenar las partículas de luz, los llamados fotones. Inicialmente desarrollados para las observaciones astronómicas, los dispositivos CCD se encuentran ahora en la mayoría de cámaras y teléfonos celulares y son utilizados cada segundo por miles de millones de personas.
Publicado en el diario El Tiempo el 20 de agosto de 2014.