
La noche es densa y silenciosa. En la lejanía, el gemido gutural de un ser que no debería estar vivo resuena entre las sombras. Los supervivientes se esconden en una cabaña abandonada, conteniendo la respiración mientras observan a través de las ventanas rotas. Afuera, los muertos caminan. Sus cuerpos destrozados, la piel pálida y los ojos vacíos revelan que alguna vez fueron humanos, pero algo los ha traído de vuelta. Las escenas del clásico de terror de 1968 “La noche de los muertos vivientes» del director George Romero, no radica solo en la amenaza de los zombis, sino en la idea misma de que algo que debería estar muerto aún camina entre nosotros. Como homenaje a su legado, el 4 de febrero se celebra el Día del Orgullo Zombi, recordando su impacto en la cultura y el cine de terror.
En otro escenario, el del espacio, existe un fenómeno similar. Las estrellas zombies son cadáveres estelares que se niegan a morir del todo y emergen de los eventos más violentos del cosmos.
Cuando una estrella masiva llega al final de su vida, su colapso puede dar lugar a una explosión de supernova, un evento que usualmente significa su destrucción total. Sin embargo, en algunos casos, la explosión no es lo suficientemente fuerte para desintegrarla completamente, dejando atrás una estrella parcialmente intacta. Este fenómeno, vinculado a las supernovas tipo Iax, produce remanentes estelares que, a pesar de haber atravesado un evento que debería haberlas destruido, continúan existiendo, aunque en una forma alterada.
Un ejemplo de ello es la estrella LP 40-365, una enana blanca que, tras sobrevivir a una explosión, viaja por la galaxia como un fragmento de lo que alguna vez fue una estrella completa.
Pero las estrellas zombies no son las únicas “criaturas» aterradoras del cosmos. En los sistemas binarios, donde dos estrellas orbitan entre sí en una relación a menudo trágica, existe otro tipo de monstruo estelar, las estrellas vampiro. Estos astros dependen de una compañera, extrayendo su esencia de manera astuta. La estrella vampiro, generalmente más densa o evolucionada, roba material de su estrella compañera a través de un proceso de transferencia de masa. En algunos casos, esta succión de energía y materia lleva a la compañera a una muerte prematura, mientras la estrella vampiro brilla con mayor intensidad.
Recientemente, por primera vez, se ha descubierto la versión estelar de los vampiros en el corazón de la Vía Láctea. Estas estrellas, rodeadas de otras de su misma edad, parecen más jóvenes y más azules. Se cree que este fenómeno ocurre porque toman hidrógeno de sus vecinas, posiblemente después de colisionar con ellas. Este hallazgo confirma que, al igual que los vampiros en la ficción, estas estrellas rejuvenecen al consumir la energía vital de otras.
La conexión entre estos dos tipos de estrellas no es sólo temática, sino física. Una enana blanca en un sistema binario que se comporta como una estrella vampiro puede, en algunos casos, acumular tanta masa de su compañera que alcanza un punto crítico y detona como una supernova tipo Iax. Si la explosión no es lo suficientemente potente para destruirla completamente, la enana blanca que una vez se alimentó de su compañera se transforma en una estrella zombie. Es un destino irónico, teniendo en cuenta que el depredador de estrellas termina convirtiéndose en un cadáver cósmico que deambula por la galaxia, privado de su antigua gloria, pero aún existiendo en un estado que desafía la muerte estelar.
Las estrellas zombie y las estrellas vampiro reflejan cómo la vida y la muerte en el cosmos no siempre siguen reglas estrictas. A veces, lo que debería extinguirse persiste, y lo que parecía eterno encuentra su final de manera inesperada.