
Las pequeñas manchas que adornan al sol en los últimos meses, mientras va camino al máximo de su actividad, y que en realidad pueden llegar a abarcar varias veces el diámetro de nuestro planeta, despiertan el interés de los científicos, al igual que fueron foco de interés de un jesuita alemán a comienzos del siglo XVII.
El joven sacerdote Christoph Scheiner, había ganado fama en Europa tras inventar un instrumento con cuatro varillas articuladas diseñado para reproducir dibujos a diferentes escalas. Siglos después algunos alcanzamos a usar el pantógrafo antes de la era del Photoshop.
Scheiner enseñaba matemáticas, física, astronomía y hebreo, y daba conferencias sobre relojes de sol, óptica y geometría práctica, en la ciudad de Ingolstadt en la región de Baviera, cuando descubrió las famosas pecas del sol. Subido en lo alto de un campanario, en marzo y octubre de 1611, Scheiner observa por primera vez las llamativas manchas en el disco solar. Inicialmente las describe como satélites, o cuerpos que orbitaban al sol, debido a la doctrina que asumía a nuestra estrella como un objeto perfecto, limpio y puro, sobre el cual no era posible que existiera alguna “cicatriz” que pudiera alterarlo.
Con el tiempo, Scheiner terminó aceptando que las manchas estaban cerca de la superficie del sol. Este cambio se debió a sus debates con Galileo, que en ocasiones se convirtieron en acaloradas discusiones científicas. Galileo, quien había recibido la comunicación directa del propio Scheiner de sus observaciones de las manchas, fue uno de los primeros en defender la idea transgresora que dejaba al sol como un objeto inmaculado. Las nuevas ideas del sabio italiano, iban acompañadas de sus propias, y ampliamente difundidas, observaciones del sol y sus manchas en el verano de 1611.
Por su parte Scheiner continuó, con apoyo de sus estudiantes, realizando observaciones de manchas solares usando un telescopio mejorado por él, aplicando la fisiología óptica y el método de cámara oscura. Más adelante se fue a vivir a Roma y buscó financiación para publicar el libro que recopilaba su arduo trabajo.
En 1630 vería finalmente la luz “Rosa Ursini sive Sol”, considerado el mejor estudio realizado en el siglo XVII sobre el sol y sus manchas. En sus páginas se confirma el minucioso trabajo de cerca de veinte años, que sumó unas dos mil observaciones solares, y que le permitió comprobar el movimiento de rotación del sol en su eje de inclinación. Contrariamente a la visión prevalente en ese momento de que el sol es sólido, Scheiner expresó además la idea revolucionaria de que el Sol podría ser fluido, otro hecho con el que admitía la corruptibilidad de los cuerpos celestes.
En otro aparte del libro, Scheiner sustenta su trabajo pionero en el descubrimiento de las manchas solares, dirigiendo ataques a Galileo, a quien acusa de apropiación de su mérito. En realidad, un poco antes que Galileo y Scheiner, Thomas Harriot y Johann Fabricius también observaron manchas solares cuando el telescopio, inventado en 1609, empezaba a despertar el interés de muchos.
Scheiner defendió su trabajo precursor hasta que muerte en 1650, aunque en Rosa Ursini incluye un fragmento de una oda del libro I del poeta romano Virgilio (siglo I a.C) que lleva por nombre “el sol te dará señales”, y que hace mención a posibles observaciones de las manchas solares en la antigüedad, con lo que reconocería a otros esos méritos. En el texto se lee: “El sol también, tanto al nacer como cuando se esconde en las olas te dará señales; certísimas son las señales que muestra el sol, ya cuando retorna en la mañana, o cuando se levantan los astros; Si al nacer muestra su rostro salpicado de manchas…”