El secreto de la estrella del perro

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Un gigantesco perro de cuyo cuello brota un singular destello, va junto a otro perro mas pequeño, y ambos acompañan con atención a un cazador griego, que a su vez enfrenta el ataque de un toro cornalón. La singular escena transcurre sobre nuestras cabezas, en el cielo nocturno, y es protagonizada por el Can Mayor, el Can Menor, Orion el cazador, y Tauro, cuatro de las 88 constelaciones que decoran la bóveda celeste.

El resplandeciente punto en el Can Mayor, es una de las estrellas mas importantes del firmamento, y puede ser vista desde casi cualquier lugar habitado de la Tierra. Se trata de Sirio, conocida popularmente como la estrella del perro, un verdadero faro que brilla como ninguna otra estrella en el cielo nocturno. Tan solo el Sol, la Luna, Venus, Júpiter y en esporádicas ocasiones Marte, brillan más que ella, y la estrella que le sigue en brillo es Canopus, con aproximadamente la mitad del brillo de Sirio.

Durante milenios, Sirio había sido una de las estrellas más bonitas, y una importante fuente de inspiración para la mitología de un sinnúmero de pueblos y civilizaciones en la historia de la humanidad. Sirio, avisaba que se acercaba el momento de las crecidas del Nilo a los antiguos egipcios, y para los chibchas en nuestro territorio el comienzo de la temporada de lluvias. No siempre fue la estrella del perro, pues en la antigua China se referían a ella como el lobo celestial, o en algunas culturas norteamericanas como la estrella coyote, coincidiendo en ambos casos con la forma de cuadrúpedo de la constelación que habita.

Y si digo que había sido una de las estrellas mas bonitas, no es porque ya no sea la mas vistosa y la que destaca como ninguna otra para los que salen a contemplar el cielo en una noche despejada. La razón es que en realidad Sirio no es una estrella; son dos.  Sirio es un sistema binario, a 8 años luz de distancia de la Tierra, pero ni el gran astrónomo y matemático griego Ptolomeo, o el conocido filósofo y escritor romano Séneca, ni los millones y millones de seres humanos que observaron el cielo antes de 1844 lo pudieron saber. Fue en ese año, cuando el astrónomo alemán Friedrich Bessel, se dio cuenta de un extraño movimiento en Sirio, como si algo estuviera perturbándola.

Finalmente en 1862 las dudas se despejaron cuando se vio a través de un telescopio que se trata a efectivamente de un sistema binario. El problema es que el ojo humano no tienen la suficiente agudeza visual para poder distinguir las dos estrellas. Se necesita un telescopio de al menos 30 centímetros de diámetro, y unas buenas condiciones de observación para ver a Sirio A y Sirio B.  La primera es la estrella más grande, de unas dos veces la masa, y algo más grande, que nuestro Sol, alrededor de la cual orbita una enana blanca con una masa similar a la del Sol pero un diámetro comparable al de la Tierra.

Con el misterio resuelto, otro más seguía latente. El color de Sirio parecía haber cambiado a lo largo de los siglos, según las descripciones de la antigüedad, de Ptolomeo y Séneca entre otros, donde se resaltaba su color rojizo, en contraste con el blanco azulado que hoy la caracteriza. ¿Cómo era posible que en tan solo algunos siglos, un tiempo muy corto en la vida de una estrella, Sirio hubiera podido cambiar tanto ?

La explicación parece ser mas sencilla de lo que parece, y a Sirio le sucede lo mismo que al Sol cuando se observa cerca al horizonte; se torna rojiza debido a la dispersión de la luz a través de la atmósfera terrestre.

Cuando el aumento de luces artificiales en la noche eleven la contaminación lumínica  a niveles críticos, tal vez Sirio sea de las pocas estrellas que se resista a ser borrada del firmamento urbano y podamos seguir contemplándola, como lo hicieron nuestros antepasados durante milenios.

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