Surcar el espacio en barcos de vela

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Cada vez que he tenido la oportunidad de observar el paso de un cometa, por instantes vienen a mi memoria las fantásticas descripciones de “El Principito” – el cuarto libro más vendido de la historia –  en donde el pequeño protagonista aprende a viajar por el espacio, montado sobre un veloz cometa que lo lleva de planeta en planeta.

Después de que para muchas culturas fueran presagio de tragedia, a partir del siglo XVI los cometas se empiezan a estudiar en detalle, mostrando que viajan a considerables distancias fuera de la atmósfera terrestre y quitando gran parte del velo de misterio que los envolvía.

Si hay algo que los caracteriza más que otra cosa es su gran cola, que puede extenderse millones de kilómetros y de donde proviene su nombre – del vocablo griego que significa “cabellera”-

En 1618 el astrónomo Johannes Kepler realiza varias observaciones de cometas y concluye que su exuberante cola debe estar generada por una especie de fuerza ejercida por la radiación del Sol. La conexión entre nuestra estrella y los cometas era algo que ya se sospechaba; simplemente al fijarse en su cola que siempre se prolonga alejándose del Sol.

Kepler imaginó que lo que describía como una brisa solar podría utilizarse para construir barcos con velas que pudieran “deslizarse” a través del espacio.

La existencia de un flujo de partículas provenientes del Sol fue confirmada siglos más tarde. En 1958 el astrofísico Eugene Parker desarrolla la teoría sobre lo que denomina “viento solar”, una expulsión de partículas de la atmósfera solar que viajan a velocidades supersónicas. Varios satélites midieron las propiedades de este flujo de electrones y protones, cuyo efecto más visible en la Tierra es la generación de las vistosas auroras, pero que de hecho llegan hasta los confines del sistema solar.

Sin embargo, la mejor forma de hacer realidad el sueño de Kepler no sería “navegando” en un barco impulsado por viento solar. Mucho más conveniente es usar la propia luz solar. La presión ejercida por las partículas de luz (fotones) puede impulsar una vela y mover una nave para surcar el espacio.

A mediados de los años 70 la sonda Mariner 10  -que exploró Venus y Mercurio- pudo solucionar un problema de orientación utilizando sus paneles solares, pero a partir del impulso que recibieron debido al impacto de la luz solar, mostrando de forma exitosa el principio de la navegación a vela solar.

Un gran número de diseños de velas solares se están haciendo en la actualidad y ya han sido utilizados en algunos satélites, aunque aún no se pone  en el espacio el primer sistema de propulsión de una nave con velas solares. Seguimos a un lado de la orilla del océano cósmico esperando zarpar en raudos veleros cósmicos.

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