La vida a 400 kilómetros de altura

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Si me pusieran a elegir una de las maravillas del mundo actual, pensaría de inmediato en una obra monumental de la especie humana, que no se incluyó entre las siete maravillas del mundo moderno escogidas en una iniciativa que surgió en el año 2000. Y las razones pueden ser dos: que su construcción apenas finalizó hace tres años o que simplemente está realmente fuera de este mundo.

Les hablo de la Estación Espacial Internacional (EEI), que representó un desafío colosal para nuestra civilización y a la que muchos designan como el símbolo del fin de la Guerra Fría. La EEI se erige hoy como una muestra del entendimiento y la colaboración internacional, y uno de los mayores logros de la ingeniería, además de ser el hogar temporal de personas a quienes bien podríamos llamar “extraterrestres”.

Se comenzó a construir en 1998, pero la primera tripulación no se acomodó allí hasta el 2 de noviembre del 2000. Desde entonces la han visitado 205 personas de dieciséis países y casi una decena de turistas espaciales.

Aunque alojarse una temporada en una casa con seis habitaciones, dos baños e incluso gimnasio pudiera parecer algo bastante llamativo, en la EEI no hay muchas comodidades, y hay que hacer ciertos ajustes a las acciones cotidianas, a causa de la ausencia de gravedad. Los simples actos de ponerle sal a una comida, de lavarse los dientes o el pelo, son en la Estación tareas bastante engorrosas. (Lea aquí ‘A bordo del verdadero Gravity, la vida en la EEI’)

El 90 por ciento de la orina, que se aspira con una bomba de succión, es reciclada, pues el agua es un bien escaso. Debido a ello los astronautas deben asearse solo mediante el uso de toallas húmedas. La falta de espacio y la necesidad de almacenar víveres es otra incomodidad. La comida es deshidratada e incluso desde hace pocos años se sustituyó el pan por tortillas mexicanas que ocupan menos espacio.

A todo eso se suman los cambios físicos: la cara se hincha porque llega más sangre a la cabeza debido a que el sistema circulatorio no se afecta por la gravedad, el cuerpo pierde masa ósea y muscular y se debe dormir atado.

Los astronautas deben hacer ejercicio, pues de otra forma perderían hasta un 10 por ciento de masa muscular por cada mes que habiten bajo estas condiciones. Mientras todo eso ocurre, se viaja a una velocidad de 8 kilómetros por segundo en una órbita a 400 kilómetros de altura, viendo amaneceres y atardeceres cada 45 minutos y con la mejor vista que se pueda tener de nuestro planeta en todo su esplendor.

Publicado en el diario El Tiempo el 20 de agosto de 2014.

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