Los seres humanos nacieron para explorar

¿Qué explica el espíritu aventurero que ahora nos lleva a adentrarnos en lo profundo del universo?

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El empeño en ir más allá, en aventurarnos en viajes a lugares insospechados del planeta, en explorar el fondo del océano, en indagar en nuestro entorno y en embarcarnos en misiones desafiantes para explorar la vastedad del universo, es parte de la esencia de la identidad humana y del éxito de nuestra especie.

Más allá de la búsqueda de mejores condiciones de vida, de un territorio más grande y propicio para el asentamiento e incluso de mayores beneficios económicos, está la curiosidad innata del ser humano, la motivación de explorar movidos por el interés de descubrir que hay allí.

Ese espíritu nos hace ahora adentrarnos en lo más profundo del universo en búsqueda de mundos como el nuestro e indagar sobre las condiciones que le ofrece a la vida.

La semana pasada la sonda espacial Rosetta se encontró con un cometa después de una travesía de 10 años (Lea aquí ‘Nave entra por primera vez a órbita de un cometa’).

Del mismo modo en que la Piedra Rosetta permitió desvelar enigmas de la escritura jeroglífica egipcia, esta misión de la Agencia Espacial Europea puede ser crucial para descifrar los misterios del Sistema Solar, en particular sobre su formación, hace unos 4.600 millones de años.

No es la primera vez que nos lanzamos a explorar el vecindario cósmico. Mientras usted lee esta columna, el Voyager 1, una sonda espacial fabricada por el hombre, sale de los límites del Sistema Solar a unos 20 mil millones de kilómetros de la Tierra.

Logró escapar de la atracción gravitatoria del Sol y nunca regresará a nuestro planeta. Continuará su viaje hacia el centro de la galaxia a una velocidad de 60 mil kilómetros por hora, unas 70 veces la velocidad crucero de un avión comercial. El Voyager 1, que en 3 semanas cumplirá 37 años de estar viajando, es el primer objeto creado por nuestra civilización que se adentra en el medio interestelar.

En todas las facetas del ser humano, los grandes viajes hacia lo desconocido comienzan en las mentes de los aventureros.

En algunos casos esa obsesión por aventurar es difícil de explicar; algunos estudios relacionan el origen de ese afán innato con la genética, un «gen inquieto» que ayuda a controlar la dopamina y que es determinante para el aprendizaje y la gratificación.

Sin embargo, otros proclaman que no se puede reducir algo tan complejo como la exploración humana a un solo gen. Sumado al deseo de explorar también es importante contar con habilidad, motivación y medios, pero por una u otra razón parece que la conclusión siempre es clara, como lo expresaba David Scott, tripulante de la misión del Apolo XV, que en 1975 participó en la cuarta expedición tripulada a la Luna, en su comunicación por radio a la Tierra: «Me doy cuenta de que hay una verdad fundamental en la naturaleza: el hombre debe explorar».

Publicado en el diario El Tiempo el 12 de agoto de 2014.

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