
En el cielo, Aldebarán brilla como la estrella más luminosa de la constelación de Tauro, una presencia solitaria pero inconfundible para quienes alzan la mirada a las estrellas. En Colombia, la destacada novelista del siglo XIX Soledad Acosta de Samper, quien adoptó este nombre como uno de sus seudónimos, reflejó en su trayectoria un resplandor similar. En una época donde la escritura, la ciencia y la educación eran dominios casi exclusivos de los hombres, ella se abrió paso con su talento, iluminando con su pluma caminos que hasta entonces parecían vedados para las mujeres.
Desde niña, la ciencia hizo parte de su entorno. Su padre, Joaquín Acosta, explorador, geógrafo y militar, dirigió el Observatorio Astronómico Nacional y el Museo Nacional de Colombia, lo que permitió que Soledad creciera rodeada de libros, mapas e instrumentos científicos. Su formación en Francia la sumergió en el pensamiento ilustrado y le permitió conocer a figuras como el naturalista Alexander von Humboldt, cuya visión del mundo dejó en ella una huella imborrable a una temprana edad. Aunque su vocación principal fue la escritura, su obra demuestra un claro interés por la ciencia y la educación.
Desde el periodismo y la edición, promovió el acceso al conocimiento científico en una sociedad donde la educación era un privilegio. Fundó y dirigió revistas como La Mujer, La Familia y Lecturas para el Hogar, en las que incluyó artículos sobre historia, ciencia y educación. En momentos en que estos temas apenas se enseñaban, y mucho menos a las niñas, sus publicaciones ofrecieron un espacio de aprendizaje que no existía en los textos oficiales. Fue una de las primeras mujeres en Colombia en abordar la divulgación científica y lo hizo con un enfoque accesible, buscando que el conocimiento llegara a un público amplio por medios masivos.
Su interés por la astronomía quedó reflejado en el artículo «Algo sobre Astronomía», publicado en 1893 en el Álbum de los Niños de Tunja, donde explicó fenómenos como la luz zodiacal, el movimiento de los planetas, y características de la luna. Con el mismo rigor, escribió sobre los avances en la fotografía astronómica, destacando su papel en la cartografía estelar en observatorios internacionales, dando a conocer los proyectos más avanzados de grandes telescopios para explorar el cielo. Más que informar, su divulgación inspiraba a las nuevas generaciones a mirar su entorno con curiosidad y asombro.
Pero su compromiso con la educación iba mucho más allá. Construyó puentes entre la ciencia y la literatura, entre el conocimiento y el pueblo. Escribió consejos para madres y maestras sobre la formación de los niños, defendió la educación integral para las mujeres y promovió la idea de que el saber debía ser una herramienta de transformación social. Sus textos sobre higiene, botánica y ciencia aplicada a la vida cotidiana mantenían siempre un tono didáctico y cercano. Para ella, aprender era un acto de empoderamiento, una forma de romper las barreras impuestas por la sociedad.
Hace 112 años, Colombia se despidió de su escritora más prolífica, pero su legado sigue brillando a través de las generaciones, como la estrella que eligió como seudónimo.