
Ha transcurrido casi un siglo desde que el 16 de marzo de 1926 los cielos de una pequeña localidad cerca a Boston, en la costa este de Estados Unidos, vieran elevarse al primer cohete de combustible líquido. El histórico vuelo del pequeño artefacto, que duró solo 2.5 segundos y alcanzó 12.5 metros de altura, lo conseguía el ingeniero Robert Goddard, ante la mirada escéptica de la prensa y el público.
A diferencia de los cohetes anteriores que utilizaban combustibles sólidos, el de Goddard usaba una combinación en tanques separados de oxígeno líquido y gasolina, que posteriormente se mezclaban y encendían para producir gases a alta presión y temperatura. La expulsión de estos gases a través de la tobera trasera generaba el impulso necesario para propulsar el cohete hacia arriba.
Otro de los hitos más relevantes en la cohetería ocurrió con el lanzamiento del V-2 alemán, el primer cohete balístico de largo alcance usado como arma militar por el régimen nazi. Se estima que más de 6.000 cohetes se han lanzado a lo largo de la historia, desde el primer V-2 en 1942 hasta la actualidad.
Los cohetes han sido la herramienta fundamental que permitió misiones a la Luna, Marte y más allá, así como la creación de estaciones espaciales. Sumado al aporte a la exploración espacial, nuestra vida moderna le debe mucho al medio de transporte que puso miles de satélites en órbita, impulsando avances en comunicaciones, navegación por GPS y observación terrestre.
A pesar de su papel protagónico, no todo ha sido perfecto. Los siete astronautas que perdieron la vida en lanzamientos y numerosos fracasos, son una muestra de los riesgos y dificultades que conlleva el uso de cohetes. Además, el costo de poner un kilogramo en el espacio varía entre 2.000 a 50.000 dólares por kilogramo, dependiendo del tipo de cohete utilizado, el destino final de la carga y la empresa.
¿Seguirán siendo los cohetes nuestro principal medio de transporte al espacio en el futuro?
Entre las opciones para reemplazarlos está el ascensor espacial, basado en un conjunto de cables extendidos 35.000 kilómetros desde una estación en el ecuador de la superficie terrestre hasta otra en una órbita geoestacionaria. Una cápsula llevaría tripulantes y carga al espacio en alrededor de una semana, a un costo siete veces más barato que el cohete más económico disponible en la actualidad.
Una de las limitaciones técnicas es tener un material extremadamente resistente para los cables. Los nanotubos de carbono, hechos de los mismos átomos de carbono que componen los diamantes, pero dispuestos en moléculas largas, huecas y tubulares, con gran resistencia y flexibilidad, podrían ser una opción. Por el momento los nanotubos más largos desarrollados miden tan solo algunos centímetros.
Otra opción para sustituir a los cohetes es el StarTram, básicamente un tren que usaría la levitación magnética para lanzar vehículos al espacio. A través de un tubo curvado apuntando al cielo, al que se le extrae el aire para eliminar la fricción, se acelera una nave mediante campos magnéticos, logrando una velocidad de salida de casi 9 kilómetros por segundo para escapar de la atmósfera terrestre. El proyecto ya tiene diseños y un costo estimado de 60 mil millones de dólares.
En cualquier caso, los recientes desarrollos en cohetería, de empresas como Space X, han permitido abaratar costos, con la mejora en propelentes, uso de materiales más económicos y la creación de cohetes reutilizables. Muchos piensan que los cohetes seguirán siendo usados por muchos años.
Por ahora la respuesta más sensata a la pregunta de si los cohetes llegarán a su fin es: no sabemos.