Visitantes de otros soles

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En octubre de 2017, un objeto con forma de cigarro y nombre hawaiano desató una tormenta de teorías entre astrónomos y curiosos del cosmos. Lo llamaron ʻOumuamua, que significa “mensajero que llega primero desde lejos” en lengua nativa, y fue el primer objeto interestelar confirmado en visitar nuestro sistema solar. Desde entonces, hemos estado atentos a nuevos viajeros que, como náufragos cósmicos, cruzan por accidente la frontera solar. Hace pocas semanas, la comunidad astronómica celebra la llegada de un nuevo visitante cósmico llamado 3I/ATLAS, el tercer objeto interestelar identificado hasta la fecha.

Con unos 20 kilómetros de ancho, una velocidad de más de 200.000 kilómetros por hora y una trayectoria casi en línea recta, 3I/ATLAS viaja tan rápido y de forma tan poco afectada por la gravedad solar que sólo puede haber venido de muy lejos, posiblemente de otra estrella, de otro sistema solar, quizás incluso de las regiones más profundas de nuestra galaxia. Detectado el pasado 25 de junio por el proyecto ATLAS en Chile, una iniciativa dedicada a identificar asteroides potencialmente peligrosos, este objeto ha sido seguido desde entonces por telescopios de todo el mundo.

Este nuevo visitante, cuyo acercamiento al Sol coincidirá con las celebraciones de Halloween, muestra una estructura típicamente cometaria, liberando gases y polvo a medida que se aproxima al calor de nuestra estrella. A diferencia de ʻOumuamua que no mostró signos claros de actividad, y de 2I/Borisov, el segundo visitante interestelar descubierto en 2019 y que sí se comportó como un cometa clásico, 3I/ATLAS nos brinda una oportunidad para estudiar cómo se comportan estos viajeros al enfrentarse al Sol.


Los objetos interestelares son fragmentos de otros sistemas planetarios, expulsados por inestabilidades gravitacionales, colisiones o encuentros cercanos con gigantes gaseosos. Se convierten así en material errante, flotando por millones de años en el vasto vacío galáctico hasta que, por pura casualidad, cruzan la vecindad solar.

ʻOumuamua fue tan enigmático que incluso algunos sugirieron que podría tratarse de una sonda extraterrestre, una especie de vela solar desactivada. Su extraña forma alargada, su aceleración sin cola cometaria visible, y su inesperada trayectoria alimentaron estas hipótesis. Aunque la mayoría de los astrónomos prefieren explicaciones más naturales, lo cierto es que seguimos sin entender del todo su comportamiento.

En cambio, 2I/Borisov sí mostró una coma brillante y una cola, como los cometas del sistema solar. Los análisis de su composición revelaron diferencias sutiles con respecto a nuestros cometas, sugiriendo que, aunque comparten algunos ingredientes básicos, estos objetos pueden ofrecernos una muestra directa de los materiales y condiciones de formación en otros sistemas estelares.

Ahora, 3I/ATLAS podría ser determinante para llevar este conocimiento un paso más allá. Es más brillante que sus predecesores, y su trayectoria parece indicar que tiene orígenes aún más lejanos. Aunque su punto más cercano a la Tierra será el 19 de diciembre, a unos 270 millones de kilómetros, se espera que siga siendo observable con telescopios hasta mediados de 2026. Por estos días es visible incluso con telescopios pequeños en la constelación de Sagitario, que se observa mejor desde el hemisferio sur.

Observar un objeto interestelar no equivale a mirar una simple roca que atraviesa el cielo. Se trata de una cápsula del tiempo que lleva consigo un mensaje del pasado profundo de otro sistema solar, con información que podría tener miles de millones de años y que nos ayuda a comprender cómo se forman los planetas en otros rincones del universo.

En un universo donde las distancias entre estrellas se miden en años luz, estos visitantes fugaces son de las pocas formas en que podemos estudiar directamente materia que no pertenece a nuestro vecindario solar. Y como ocurre con los grandes hallazgos, cada nuevo objeto plantea más preguntas que respuestas.

Quizás en el futuro logremos enviar una sonda a interceptar uno de estos objetos en pleno vuelo interestelar. Por ahora, seguimos con nuestros telescopios apuntando al cielo, esperando a que el próximo mensajero de otras estrellas toque, una vez más, las puertas del sistema solar.

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