
Hace solo unas décadas, la idea de que otras estrellas pudieran albergar planetas era más especulación que certeza. Hoy, gracias a una revolución tecnológica y científica, sabemos que los exoplanetas, esos mundos que orbitan estrellas fuera de nuestro sistema solar, no solo existen, sino que podrían ser tan comunes como las estrellas mismas. Lo que comenzó como una búsqueda tímida se ha convertido en una de las áreas más dinámicas de la astronomía moderna.
Y ahora, con el telescopio espacial James Webb (JWST), nuestro más agudo ojo en el espacio, estamos comenzando a mirar incluso donde antes creíamos que la vida era simplemente imposible.
Durante siglos, los astrónomos imaginaron la posibilidad de otros mundos, pero no fue sino hasta 1992 que se confirmó el hallazgo de los primeros exoplanetas, y lo curioso es que no orbitaban una estrella como nuestro Sol, sino una estrella de neutrones, es decir, el núcleo colapsado que queda después de que una estrella masiva explota violentamente como supernova.
Fue en 1995 cuando los astrónomos Michel Mayor y Didier Queloz detectaron el primer exoplaneta alrededor de una estrella solar, 51 Pegasi b, un mundo gigante y abrasador que revolucionó lo que entendíamos por sistema planetario. Su trabajo les hizo merecedores del Premio Nobel de Física en 2019.
Desde entonces, los descubrimientos se multiplicaron. Misiones como Kepler, lanzada en 2009, nos mostraron que los planetas pequeños y rocosos son más comunes de lo que se pensaba. La diversidad es asombrosa, encontrando mundos con lluvias de vidrio, gigantes gaseosos que orbitan en pocos días a sus estrellas, y otros que flotan libres por el espacio sin estrella alguna.
Uno de los grandes sueños de la ciencia es encontrar un mundo donde pueda existir vida. Para ello, buscamos planetas dentro de la zona habitable, es decir, aquella franja en torno a una estrella donde el agua líquida podría existir dada la temperatura. Pero la habitabilidad no depende solo de la distancia a la estrella, también la composición atmosférica, la presencia de agua, los campos magnéticos y hasta la actividad estelar son factores críticos.
En este contexto, el JWST ha marcado el inicio de una nueva era. Con su visión infrarroja, puede estudiar atmósferas planetarias, detectar moléculas como agua, metano o dióxido de carbono, y observar los discos protoplanetarios, viveros donde nacen los planetas, con un detalle sin precedentes.
Recientemente, nuevas observaciones han revelado que incluso en los rincones más hostiles de nuestra galaxia, donde la radiación ultravioleta es miles de veces más intensa que en nuestro sistema solar, los planetas pueden empezar a formarse. Muestra de ello es el sistema XUE 1, una estrella joven rodeada por un disco de gas y polvo, justo en medio de una región de formación de estrellas bañada en radiación intensa.
Lo sorprendente es que, a pesar del bombardeo ultravioleta, el disco sobrevivía. Más aún, el modelo computacional desarrollado por el equipo reveló que la región interna del disco, donde podrían nacer planetas rocosos como la Tierra, está protegida del daño de la radiación. Además, detectaron señales de agua, un ingrediente fundamental para la vida tal como la conocemos. Esto sugiere que la formación de mundos habitables podría ser más común y resistente de lo que se pensaba, incluso en entornos que antes se consideraban incompatibles con la vida.
Lo más fascinante de estos hallazgos es que nos obligan a repensar los límites de la habitabilidad. Si los discos pueden sobrevivir en zonas de alta radiación, y si el agua puede persistir allí, entonces el catálogo de posibles mundos habitables se expande considerablemente. Ya no se trata solo de buscar zonas templadas alrededor de estrellas tranquilas, sino de comprender la increíble adaptabilidad de la materia en su camino hacia la vida.
Con futuras misiones, como PLATO y ARIEL, el estudio de exoplanetas seguirá transformando nuestra comprensión del cosmos. Nuevas técnicas, mejores modelos y más datos nos acercarán, quizá, a responder la pregunta que nos ha acompañado desde siempre: ¿estamos solos en el universo?