
A 73 años luz de la Tierra, el exoplaneta HD 63433d ha experimentado un auténtico drama cósmico, luego de que su atmósfera fuera desgarrada y expulsada al espacio, formando una cola de gas de cientos de miles de kilómetros. Descubierto en 2023, este mundo pertenece a la categoría de «Súper Tierras», con un tamaño aproximadamente 1.25 veces el de nuestro planeta. Sin embargo, su destino ha sido implacable, estando sometido a la intensa radiación ultravioleta y a los vientos estelares de su estrella, en un proceso de evaporación extrema.
Pero este fenómeno, conocido como escape atmosférico, no es una rareza en la Vía Láctea. En nuestro propio sistema solar, Marte —hoy un desierto frío y árido— fue posiblemente en el pasado un mundo con ríos y lagos, hasta que perdió su atmósfera. Ambos casos comparten una lección crucial, la supervivencia de un planeta habitable depende de un equilibrio frágil entre la violencia de su estrella y las defensas que el mundo logre desplegar.
El secreto de HD 63433d está en su estrella, no tan diferente a nuestro propio sol, que bombardea al planeta con energéticos estornudos y radiación de alta energía. El bombardeo calienta las capas externas de su atmósfera, ionizando los gases y haciéndolos escapar al espacio, en un proceso llamado fotoevaporación. Aunque común en planetas masivos y calientes, este mecanismo también afectó a Marte, aunque de forma más lenta y letal. Hace 4.000 millones de años, el planeta rojo pudo tener una atmósfera espesa y agua líquida, pero al perder el campo magnético global, quedó expuesto al viento solar, un flujo de partículas cargadas emitidas por el sol.
Sin un escudo protector, el viento solar arrancó átomos de la atmósfera marciana, especialmente los más ligeros, como el hidrógeno y el helio, hasta reducirla a una centésima parte de la terrestre. La sonda Maven de la Nasa calculó que el 65% del argón marciano fue barrido al espacio, una prueba irrefutable de cómo una estrella puede alterar el destino de un planeta.
La actividad estelar es, por tanto, un factor determinante. Estrellas jóvenes y otras en su etapa final, emiten frecuentes emisiones de energía y eyecciones de material que esterilizan sus planetas cercanos. Incluso nuestro sol, aunque estable en escalas humanas, tiene un historial de tormentas extremas.
Uno de los eventos más notorios de la actividad solar ocurrió en 1859, conocido como el Evento Carrington. Esta poderosa tormenta geomagnética provocó auroras visibles en latitudes inusualmente bajas, incluyendo regiones cercanas al ecuador como Colombia, y causó fallos generalizados en los sistemas telegráficos a nivel mundial. Si un evento de esta magnitud ocurriera en la actualidad, sus efectos serían mucho mayores, con daños en satélites, redes eléctricas y sistemas de comunicación, lo que podría desencadenar un colapso tecnológico con profundas repercusiones en nuestra sociedad altamente dependiente de la tecnología.
Pero el verdadero peligro para la Tierra llegará dentro de 1.000 millones de años, cuando el sol, envejeciendo, aumente gradualmente su brillo en un 10%, y hasta en un 40% en unos 3.500 millones de años. Los océanos hervirán, el dióxido de carbono se descompondrá y el escape atmosférico se acelerará. Para entonces, sin embargo, la humanidad, si aún existe, habrá tenido que migrar para sobrevivir.
Hoy, nuestro planeta sigue protegido por su campo magnético, generado por el hierro fundido que gira en su núcleo. Este escudo desvía el viento solar, preservando la atmósfera y, con ella, la vida. Pero la pregunta persiste: ¿podría la Tierra convertirse en un nuevo Marte o en un HD 63433d? La respuesta depende de dos variables. Por una parte la evolución del sol, que depende de cómo su combustible principal, el hidrógeno, empieza a agotarse en el núcleo, y por otra de la geología terrestre, en caso de experimentar cambios en el núcleo de nuestro planeta que cambien el proceso interno de generación del campo magnético. Por ahora, el riesgo es mínimo. El núcleo terrestre sigue activo, impulsado por la desintegración de elementos radiactivos y el calor residual de la formación del planeta, lo que mantiene en funcionamiento la tectónica de placas y el campo magnético terrestre. Al mismo tiempo, nuestro Sol se encuentra aproximadamente a la mitad de su ciclo de vida estelar.
Cada nuevo descubrimiento refina los modelos que predicen la habitabilidad de otros mundos y nos enseña a entender las condiciones únicas que permiten la vida aquí.